sábado, 4 de junio de 2011

Capítulo VI Bibí del río helado (Partes 2/3 y 3/3)

Era totalmente increíble. No cabía en mi asombro en el momento en que llegamos a la Plaza. Nunca había visto que un lugar tan grande pareciera a la vez tan pequeño cuando se llenaba de gente.
Todos los aldeanos de la ciudadela estaban corriendo y saltando alrededor de una gran mesa circular colocada junto a la gran fuente que había a la entrada de la ciudad, y varios platos vacíos descansaban sobre ésta:
- Parece que hemos llegado tarde para comer. Pero podemos unirnos a los bailes. Son lo más divertido, hazme caso- Michael tenía el rostro iluminado. La lealtad que le estaban mostrando los aldeanos había despertado en el joven príncipe una felicidad que difícilmente podía describirse con palabras.
- Está bien. Ve a divertirte. Porque yo no tengo ganas de celebrar nada. Mi padre ha muerto, y no creo que sea un buen momento para bailar- respondí sin apartar la vista del suelo. Me parecía muy bien que Michael quisiera celebrar su vuelta pero mi mente sólo la ocupaba la imagen del cuerpo carbonizado que podía pertenecer a mi padre.
- Lo que tú quieras. No voy a obligarte a bailar, señor aburrido. Pero no me amargues la fiesta con tu lloros y con tu forma pesimista de ver la vida- en ese momento el príncipe no sabía lo que estaba diciendo, y esas palabras cayeron encima de mí como un cubo de agua fría. Esto estaba llegando a un límite. No permitiría que se riera de mí, porque la posibilidad de la muerte de mi padre no dejaba de existir de un momento a otro.
- ¿No crees que te estás pasando un poco?- exclamé mirándole con una buena cara de mala leche.
- No, no lo creo. No sabemos con exactitud lo que tu cerebro está asimilando tan rápido. Y no voy a permitir que me arruines la fiesta que estuve esperando durante tanto tiempo. Así que quédate aquí, y cuando tengamos que volver, te avisaré- añadió en un tono bastante arrogante.
- Entonces me quedaré aquí, justo como me ordena- pero no le dio tiempo a escuchar mi contestación, porque salió corriendo hacia el cúmulo de gente que bailaba en ese momento agarrados y formando un gran círculo.
Recorrí con la mirada la calle por donde habíamos llegado a la Plaza, y vislumbré un pequeño banco de hierro forjado. Decidí sentarme allí para esperar a Michael y caminé hacia él.
Pronto llegué al banco, que se encontraba entre las puertas de dos cabañas recién reformadas, y me senté sin más dilación.
En un instante empecé a llorar. Surgió sin más y no pude evitarlo. Como cuando había explotado frente al rey, las lágrimas aparecían antes de que pudiera limpiarme. No podía más. Estos último días habían sido un infierno para mí. Tanta aventura y tantas intrigas palaciegas habían provocado que olvidara por completo todo lo que me había arrebatado este viaje: la desaparición de Adam, Mary y después de mi padre había sido consecuencia de haber ayudado a Michael. Pero lo peor de todo era que no me arrepentía de absolutamente nada. En el momento en que soñé con ella, supe que estaba destinado a conocerla, y a ayudarla. La princesa tenía algo que me hacía pensar en ella cada vez más. Puede que hubiésemos discutido en mis sueños, pero en este instante sólo quería volverla ver y disculparme por mi mal comportamiento.
Tenía que dejar de compadecerme de mí mismo o me iría bastante mal en la vida. A partir de ahora solo pensaría en mis propio intereses, y por mucho que desease volver a ver a Sophie, tenía que vengarme y averigüar todo lo que pudiese sobre mis seres queridos.
Mientras recapacitaba sobre los hechos ocurridos, seguía llorando sin percatarme, y parece que el tiempo transcurrió bastante más rápido de lo que me esperaba.
A lo lejos, desde el gran grupo de gente que se dedicaba a cantar y bailar antiguos poemas épicos, apareció Michael con bastante mala cara, como si se hubiese tomado tantas cervezas que difícilmente podía mantenerse en pie:
- Ya podemos irnos, ¿vale? Sígueme- estaba claro que a partir de ahora todo lo que dijese no tenía que tenérselo en cuenta, porque estaba más borracho que una cuba.
- Michael, será mejor que vayas andando. Porque no estás en condiciones de correr- añadí en el instante en que el príncipe comenzó a avanzar rápidamente hacia las puertas de palacio.
Durante el resto de nuestro periplo, porque no se podía definir de otra manera, Michael se mantuvo callado mientras yo observaba cada golpe que se pegaba contra una farola o contra cualquier cosa que no fuera capaz de evitarle.
Cuando estábamos cerca de alcanzar la gran puerta de hierro que conducía directamente a la puerta de Palacio, Michael se decidió a hablar, aunque solo soltara dos palabras junto con algún sonido bastante irreconocible:
- Lo siento…- dijo mientras los efectos de su hipo se hacían evidentes.
- Está bien. No te lo tomo en cuenta, pero te has pasado bastante.
- No, en serio John. Siento mucho haberte hablado así. Porque yo sentí absolutamente lo mismo cuando mi padre estuvo a punto de morir.
Ni siquiera le respondí, porque sabía que estaba siendo sincero. Y así acabo nuestra conversación, mientras Michael retornaba a su estado de antes, evitando varios de los matorrales que bordeaban el camino de piedra que conducía a la gran puerta, después de haber conversado con varios de los centinelas.
Entramos en el gran pasillo, y en vez de dirigirnos hacia la sala del trono, tornamos rápidamente hacia unas escaleras de caracol que en un principio causaron bastantes estragos en el cuerpo de Michael.
El mármol que formaba esencialmente las escaleras era bastante resbaladizo, como si hubiera sido limpiado hace poco tiempo.
Según llegábamos a lo alto de las escaleras, donde se suponía que estaban los demás aposentos separados de la habitación del Rey Polar, Michael cayó al suelo. Fue un golpe bastante seco, y cuando se encontraba tirado en el suelo, comenzó a dar señales de vida moviéndose lentamente, y expulsando todo tipo de maldiciones por la boca.
No quería oírle hablar, y simplemente tomé una decisión lo suficientemente drástica. En una de las mesas de madera, descansaba un candelabro antiguo que pronto sería un arma.
Michael me miraba bastante sorprendido al verme coger el candelabro:
- ¿Se puede saber que demonios estás haciendo?- me dijo mientras se removía por el mármol.
- Nada, Michael, nada…- y no dije nada más, porque cuando giró la cabeza en otra dirección, le atesté en la cabeza un golpe algo flojo con el candelabro. Tampoco quería matarle, sólo que se callara para poder dormir tranquilo; y, con suerte, que mañana se levantara dolorido.
Después de esto, me limité a cogerle por las piernas y dirigirme hacia una de las miles habitaciones que debía de haber en esa planta del Palacio.
El cuerpo del príncipe pesaba más de lo que me imaginaba y le arrastré hasta la primera alcoba que vislumbré. Por el camino le daba pequeñas patadas a la espalda de Michael. Me estaba vengando de sus duras palabras y me aburría lo bastante por el camino como para divertirme riéndome de él.
La habitación que elegí no parecía ser la más grande, puede que incluso fuera del servicio, otro detalle más humillante para Michael.
Continué riendo mientras depositaba al príncipe en la cama que había al fondo de la estancia. No pensaba tomarme más molestias. Seguramente se enojaría conmigo cuando se enterase de lo ocurrido, pero no creo que tardase en pasársele el disgusto.
Salí de la habitación y cerré discretamente la puerta. Decidí dormir en una de las alcobas más grandes que encontré. Entré silenciosamente en la sala y sin pensármelo más, me tumbé sobre la gran cama de seda, e inmediatamente sentí como mis ojos se cerraban, durmiéndome sobre uno de los cojines rojos.


                            
                                               *


Un ruido me despertó, como solía ser habitual en estos últimos días. Había sonado como un golpe fuerte rompiendo cristales. No podía creerlo. Alguien había entrado en el Palacio, y para colmo de males, había decidido entrar por la segunda planta. Rápidamente comencé a pensar en una explicación. Puede que estuviese buscando a alguien, y no precisamente para hablar con él.
Como siempre, decidí salir a descubrir quién era. Si algo me ocurría, estaba claro que sería mi culpa, y solamente mía.
Me levanté de la cama y, sudando como estaba, mi pies pegadizos se unían al suelo, provocando un ruido bastante desagradable.
Abrí la puerta, pretendiendo hacer el menor ruido posible, y asomé la cabeza por fuera observando de arriba abajo el pasillo repleto de habitaciones.
Vale, de momento, no veía a nadie. A lo mejor todo había sido producto de mi imaginación y no tenía nada de que preocuparme, pero pronto esa afirmación me costaría muy caro.
Según avanzaba por el pasillo, pensé que lo mejor sería investigar por toda la planta, y así poder cerciorarme de que nada ocurría.
Como ya había visto anteriormente, el pasillo donde se encontraba mi alcoba estaba desierto, así que viré hacia otro corredor, abandonando atrás a Michael, todavía durmiendo seguramente.
Y un error me delató. Cuando pasé al otro pasillo, la ventana estaba totalmente fragmentada sobre la alfombra roja que bordeaba todas las superficies de Palacio, y el extraño me vislumbró. Inmediatamente comenzó a correr hacia mí, mientras desenvainaba la espada, y extraía el arco de su carjac.
Sólo podía hacer una cosa: correr. Correr con todas mis fuerzas.
El intruso me seguía muy de cerca. Sin mirar hacia atrás, giré hacia el corredor de donde procedía y sin pensarlo dos veces, me interné automáticamente en la habitación de Michael.
Estaba todo oscuro excepto por un leve resplandor que entraba por las ventanas de la pequeña estancia que, por cierto, eran unas hermosas vidrieras.
El príncipe, que descansaba sobre la cama donde le había instalado hace unas horas, se levantó de golpe al oírme entrar cerrando la puerta. Maldición, otro error más. Sabría donde estábamos gracias al portazo que había dado:
- Dios, ¿por qué me duele tanto la cabeza?- no pude reprimir la risa al ver su cara de alelado recién levantado. Pero no tenía tiempo para discutir con él cuando se enterase, porque nos cogerían antes de que pudiéramos evitarlo.
- ¿Te estás riendo de mí, inútil? No habrás sido…- y no salió ninguna palabra más de su boca porque se lanzó hacia mí. Estaba claro que se había enterado más pronto de lo que pensaba-. Cabrón, eso es lo que eres, un cabrón- gritaba mientras me propinaba un puñetazo en la cara.
- Michael, suéltame. Puede oírnos. Dejemos esto para más tarde. Alguien ha entrado en Palacio, y me estaba persiguiendo hasta que he entrado en tu habitación y…
Acto seguido, el príncipe dejó de pegarme mamporros, y se levantó alarmado:
- Cada día eres más inepto. Podías haberme avisado antes de hacerte el héroe. Como nos descubra, estamos muertos. Sé lo que me digo. No tenemos ningún arma, ¡mierda!- parecía que se le había olvidado todo lo que acababa de ocurrir, y fijaba su vista en la puerta.
No respondí.
Nos dirigimos a la puerta, y la abrimos sigilosamente. Parecía que no había nadie cerca pero pronto una pequeña sombra se cernió sobre nosotros y Michael pegó un grito inconscientemente.
- No pasa nada. No tenéis que alarmaros.El camino está libre. Ya me libré del hombrecillo- una voz de pito resonó en toda la segunda planta, y cuando menos lo esperábamos, un pequeño animalejo salió de la oscuridad y comenzó a caminar hacia nosotros. No sabía con exactitud qué era, pero parecía un erizo:
- ¿ Qué eres? ¿Un erizo o algo así?- preguntó Michael, riéndose. No me gustaba nada el gesto que comenzaba a aparecer en el rostro de ese animalillo.
- ¡Noooo! No vuelva a llamarme así o correrá la misma suerte que el hombre malo- con eso supuse que hablaba del intruso que me había perseguido-. Soy un puerco-espín y no me gusta que me confundan- estaba claro que no le gustaba que le confundieran, así que decidí callarme antes de cometer algún error.
Había oído hablar de esos animales pero nunca había visto uno, y la verdad que ese puerco-espín era bastante curioso, y gracioso si podía decirse así:
- ¿Y ustedes quiénes son? No confío en nadie, y he venido para ayudar al Rey. Así que preséntense- cada vez que hablaba, Michael seguía soltando alguna risita, pero el puerco-espín no parecía prestarle atención.
- Somos Michael y John. Soy el príncipe Michael para ser más exactos. Y John es un simple granjero- ignórale, pensé. Me dije que iba a tomarme todas sus palabras a risa.
- Soy John, hijo del fabricante de helados voladores del reino. Encantado de conocerle, puerco-espín- desconocía su nombre, si es que tenía alguno. Así que decidí que hasta que no nos dijese su nombre, le llamaría así.
- Uy, no hace falta que me llame así. Pero no tenemos tiempo para más habladurías. Tienen que ver al hombre malo. Le he dejado con la ventana rota. Creo que le he matado, jijiji- me parecía muy raro todo lo que estaba ocurriendo, pero no teníamos tiempo para pensarlo.
Juntos, traspasamos el umbral de la habitación y nos dirigimos hacia el corredor donde había visto al intruso, y donde debía de haberle matado el puerco-espín.
Cuando llegamos estaba todo desierto, excepto por un cuerpo que descansaba cerca de los cristales rotos de la ventana. No se movía, así que supuse que debía de haber muerto, como nos había dicho. Por lo demás, parecía que no había sido una lucha muy encarnizada porque no había nada destruido excepto la ventana. El puerco-espín debía de haberle descubierto totalmente por sorpresa.
Pero antes de que pudiésemos acercarnos, el intruso se levantó de repente y nos apuntó con el arco, que debía de haberse guardado mientras simulaba su muerte:
- No se muevan, o tendré que matarlos. Pero qué digo, los voy a matar de todas maneras- de entre sus ropajes identifiqué el símbolo del Reino del Fuego y aquello no me daba muy buena espina. En ese momento, temí que cumpliera su promesa.
- ¿Es que no nos vais a dejarnos nunca en paz?- grité enfadado. Los últimos días sólo se habían dedicado a aparecer en los momentos menos oportunos, y sólo con un propósito: encontrar a Michael.
- No, hasta que tengamos al príncipe. No hizo bien al escaparse, alteza- añadió, observando fijamente a Michael. No entendía nada. ¿Por qué querrían volverle a secuestrar? Algo se nos escapaba.
- Váyase al infierno. No lo vais a lograr nunca; así que ya podéis desistir, porque tengo a gente que me protege.
- ¿Cómo quién? ¿El puerco asqueroso que ni siquiera ha sido capaz de matarme como es debido? Esto es deprimente- ¡Oh, no!, pensé.
Sabía que lo que iba a suceder a continuación iba a ser algo importante. Porque vislumbré el rostro del puerco-espín, y era exactamente el mismo que cuando Michael había osado reírse de él.
-     ¡No soy un cerdo!- el animal saltó por los aires mientras gritaba como un loco, y con esa voz de pito sólo provocó varias risas en el soldado que sacó la espada, preparado para atravesar el escueto cuerpo del pequeño puerco-espín.
Pero para nada se imaginaba que la táctica de nuestro protector era otra. Se detuvo frente a él, mientras le miraba con una buena cara de perversidad que pocas veces había visto. Y, entonces, se lanzó en su dirección.
El soldado no tuvo tiempo para reaccionar y salió disparado por la ventana que él mismo se había encargado de destruir.
Se escuchó un grito mientras el soldado caía al vacio irremediablemente.
Cuando el puerco-espín se giró en nuestra dirección, su rostro mostraba valentía y orgullo de sus actos. Entonces nos susurró:
- Creo que todavía no me he presentado. Soy Bibí, el puerco-espín del río helado. Encantado de conocerles.

10 comentarios:

  1. esta bastante bien!!!ME gusta mucho esta historia!!Empezare desde los inicios porque si no no la entendere...jajaja.

    Saludos!!!

    Por cierto el blog es muy bueno, tenemos casi el mismo estilo...xDDD

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  2. muchas gracias jesús. Espero que cuando empieces a leer el prólogo que gusteee.

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  3. Me gusta.... esta mu bien como siempre... aber si subes mas ee!
    un beso.
    :)

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  4. no te preocupes. Cada uno comenta como quiere ayla XD lo importante es que te haya gustado :)

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  5. yeeaaah men! Erees increible . una joya de escritor , ere un sol

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  6. Me encanta *.* quiero mas ya!!! intentare llevarlo al dia :)

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  7. Bibí *-* xDDD
    Ah, si es que los puerco-espines...
    Y ya te vale, con lo fantasticoso que es Michael, que le hagas hablar así... ¬¬ ¡Te odio!
    En fin, que publiques ya, hombre xD

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  8. Me ha parecido muuy divertido este capítulo. Ha sido diferente a los otros :). Michael es un gilipollas arrogante y creído, pero supongo que con el tiempo se hará buena persona XDD. Me ha hecho mucha gracia cuando John le ha arreado con el candelabro en la cabeza, jijijiji. Y el puerco-espín, ¡qué monoooo! jajajaja. Me gusta su nombre Bibí, es pequeñín, pero letal. En fin, que me ha encantado, siento haber tardado tanto en comentar, pero you know, los estudios son lo primero. Espero pronto el siguiente, ¡un beso, precioso!

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  9. JEJE muy diver este puerco espín

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  10. Valee ya he vuelto:D:D a ver me gusta exceptuando la crítica que tengo que hacerle a Michael, perdón pero... qué-demonios-le-ha-PASADO (o qué le has hecho xD). Es tonto perdido este Michael:( ahhh... jajaja y pues el puerco espín... como te han dicho todos... jajaja qué ricura por favor... y qué imaginación que tienes.:)
    Me paso a todo lo demás que tengaas:D:D

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