jueves, 25 de agosto de 2011

Capítulo VIII Los Intermedios (Parte 1/4)

Sentí sus labios helados incluso antes de atreverme a besarla. Un intenso calor pareció inundarlos antes de entrar en contacto con los míos, deseosos. Y, sin poder si quiera controlar alguno de mis torpes movimientos, aprecié como aquel fervor se transmitía a todos y cada uno de los lugares de mi cuerpo.
Nuestros labios finalmente se unieron en un beso tan increíblemente  apasionado, que sentí como el cuerpo de la joven se estremecía. Solamente el hecho de sentirme junto a Sophie provocó que todo mi ser diera vueltas de un lado a otro, seguramente cambiando mi mundo para siempre.
Acto seguido, la temperatura de todo mi cuerpo aumentó hasta límites insospechados. Me habría asustado si no hubiera sabido que aquella sensación sólo me la provocaba Sophie, solamente ella.
Aunque hubiera querido, no habría podido describir lo que sentí en aquel momento. Sus labios, ahora tan cálidos y cercanos, provocaban que mi cuerpo entero se sacudiera y ardiera como nunca antes lo había hecho. Parecía no ser la primera vez que nos besábamos. Quizá como si todo aquello estuviera predestinado a ocurrir desde hacía siglos.
Mis brazos, descontrolados, avanzaron por todo su cuerpo sin ni siquiera pararme a pensar en la respuesta de la princesa a mi atrevimiento. No obstante, en ese momento, todo parecía darme igual. Sophie había correspondido a mi beso completamente y aquello era lo único que me importaba.
Porque nunca había sentido nada parecido. Nunca.
Impidiéndome pensar en cualquier otra cosa que no fuese ella, nuestras lenguas se rozaron en un instante tan ridículo, que deseé con todas mis fuerzas que se hubiera prolongado durante años, quizá durante el resto de la eternidad.
Sin embargo, nuestros labios se alejaron antes de que pudiera ocurrir de nuevo. Repentinamente, sentí aquello como un rayo que hubiera caído con el único objetivo de separarnos para siempre.
Un inesperado temor recorrió todo mi cuerpo al imaginar lo que podría suceder en los siguientes instantes. A pesar de aquella absurda sospecha, pronto sentí como Sophie se aproximaba de nuevo hacia mí.
Y, antes de que la joven pudiera si quiera evitarlo, nuestros labios se unieron de nuevo en un beso que me pareció más salvaje y excitante incluso que el anterior.
Nos apretamos aun más contra la corteza de aquel árbol y, de repente, una leve ventisca sacudió el cabello dorado de Sophie, acercándolo hacia mi rostro de una forma tan violenta como placentera.
Detuve nuestro beso y le aparté el cabello del rostro, colocándolo detrás de su oreja, exactamente como había hecho anteriormente. En el instante en que mi mano rozó una de sus mejillas, observé su rostro, tan hermoso como la primera vez que la conocí.
Desde que se había aparecido para salvarnos de los soldados del Reino del Fuego, desde entonces, supe que a través de sus ojos azules podría ver el mar, aunque se encontrara a miles de kilómetros. Desconocía por qué hasta entonces no había sido capaz de percatarme de la belleza de la joven.
Sin embargo, mis observaciones se vieron interrumpidas por una gran cantidad de viento que azotó la zona, impactando con fuerza contra nuestros cuerpos.
Quizá fue ese instante de aire fresco el que me permitió aclararme las ideas. O quizá fue mi mente que, de manera completamente involuntaria, estaba avisándome del peligro de mis actos.
No obstante, de pronto, todos mis pensamientos me parecieron totalmente fuera de lugar. ¿En qué momento la joven princesa había empezado a significar algo para mí? Sabía de sobra cual era mi misión, pero mis sentimientos no entraban en ese juego. Nunca lo harían. No si podía evitarlo.
Por un instante todo lo ocurrido me pareció una auténtica farsa, incluido el beso con Sophie. Pero, cuando me decidí a bajar la vista y vislumbré sus hermosos ojos azules observándome con incredulidad, todas mis cavilaciones pasaron a un segundo plano.
Verla entre mis brazos era suficiente para hacerme ver que, sin lugar a dudas, estábamos destinados a estar juntos. En aquel momento era lo que sentía y ni siquiera mi misión podría hacerme cambiar de opinión.
Intenté olvidar mi arrepentimiento y la gran fuerza que ejercía mi razón sobre lo que mi corazón estaba diciendo a gritos que hiciera. Y, gracias a los dioses, lo conseguí.
Me percaté de la pequeña distancia que me separaba de la princesa y, sin pensarlo, agarré con suavidad el brazo de la joven para poder así atraerla de nuevo hacia mí.
Sin embargo, de pronto, percibí como todos los músculos de su cuerpo se tensaban. Y, cuando dirigí mi mirada hacia sus ojos, noté como la anterior expresión de incredulidad se había visto sucedida rápidamente por una de furia, o eso me parecía. Eso no indicaba nada bueno.
Pensé que lo mejor sería intentar tranquilizarla, pero quizá ya era demasiado tarde para eso.
Con toda la calma que mi cuerpo me permitió, me acerqué hacia Sophie y fijé mi mirada en ella, intentando evitar lo que estaba a punto de suceder.
Por desgracia, tras unos segundos que se me hicieron eternos, mis sospechas se verificaron.
Observé como la princesa levantaba la mano y pronto sentí como esta impactaba con fuerza contra mi mejilla, destruyendo la magia de aquel momento con un único y sencillo movimiento. Rápidamente, me llevé la mano derecha al rostro como señal de indignación, o quizá para indicarle que ya había sido suficiente. No obstante, y como era habitual en ella, la joven no me permitió responder a su ofensa.
- ¿Cómo te atreves?- gritó, apartándose lo más rápido posible de mí.
Parecía como si me temiera, o como si solo estar cerca de mí le resultara repulsivo. La mísera idea de que mis conjeturas fueran ciertas me produjo un doloroso vuelco al corazón.
- ¿Atreverme a qué?- exclamé, intentando desafiarla.
En aquel instante, hacer frente a Sophie era la única forma de recuperar la dignidad que había perdido tras su rechazo. Tenía muy claro que no permitiría que sucediera de nuevo. La próxima vez sería yo quien lo hiciera.
- Sabes de sobra de lo que estoy hablando, John.
Sin ni siquiera responder a sus últimas palabras, caminé rápidamente hacia Sophie, deteniéndome a escasos centímetros de ella.
- No te acerques a mí. Nunca más.
Aquellas palabras cayeron sobre mí como un jarro de agua fría, destruyendo todo aquello que había sucedido entre nosotros. En un segundo, se me cruzó por la mente realizar mi misión tal y como me habían ordenado. Solo así podría vengarme realmente de ella. Pero verla ahí, paralizada ante mí y observándome de aquella forma, me impedía actuar de la forma que, seguramente, mi razón estaba pidiendo a gritos que hiciera.
Haciendo caso omiso de sus imposiciones, avancé lentamente hacia ella de nuevo, percibiendo como la paciencia de Sophie estaba cerca de llegar a su fin. Con todas mis fuerzas intenté aparentar tranquilidad y clavé el pie en el suelo. Me detuve, sentí la brisa sobre mi rostro y fijé mi vista en ella, solamente en ella.
- ¿Acaso vas a negar que te ha gustado?
La princesa pareció detenerse en su intento de fuga, y su mirada cambió completamente, como si aquellas palabras le hubieran hecho recordar todo lo ocurrido en los últimos minutos. Algo demasiado atractivo que rememorar.
- No tiene absolutamente nada que ver con eso, John. No confundas las cosas- añadió, no sin antes tomar una larga bocanada de aire para tranquilizarse.
Ignorando completamente las consecuencias que podían tener mis continuos atrevimientos, desafié al destino nuevamente y atraje a Sophie hasta mis brazos. Su cuerpo impactó contra el mío con brusquedad y creí que todo mi cuerpo explotaría en cualquier momento si la joven volvía a rechazarme.
- ¿No te das cuenta de que mi vida está en juego, John?- aun gritando, sus ojos reflejaron por un instante una resignación que no estaba dispuesto a aceptar-.  No tenemos tiempo para esto.
“Desconoces totalmente lo importante que es esto para tu salvación’’, pensé maldiciéndome a mí mismo por no ser capaz de contarle toda la verdad. Puede que de aquella manera lograra sentirme algo mejor conmigo mismo.
No obstante, a pesar de sus últimas palabras, no estaba dispuesto a permitir que esto terminara así. Si tenía que ser algo rudo con ella, lo sería.
Además, de repente, su vida comenzó a parecerme mucho más importante. Aunque algún día me despreciara por haberle mentido, mi obligación era salvarla. Su vida estaba por encima de cualquier relación que pudiera llegar a surgir entre nosotros algún día, me dije.
Tras dejar atrás mis profundos pensamientos, respiré hondo y me preparé para provocarla aun más. Solo así podría traerla de vuelta a nuestro mundo.
- Princesa, será mejor que te calles- le espeté, con toda la mala educación que estaba dispuesto a emplear para lograr mi objetivo.
De nuevo, Sophie me abofeteó sin ningún miramiento. Aquel simple golpe resonó en todo el “bosque ambulante’’ y, acto seguido, elevé mi rostro para contemplarla de nuevo.
- Quizá esta bofetada ha dolido un poco más que la anterior, princesa.
Sophie pareció recibir aquella frase como una auténtica bofetada de mi parte, e increíblemente se arrimó aun más contra mi cuerpo, con una leve sonrisa en el rostro.
- No sabes lo mucho que estoy empezando a odiarte, John Final. Con todas mis fuerzas.
De pronto, su mirada cambió totalmente. Y, sin que pudiera dar crédito a lo que estaba sucediendo, se aproximó aun más a mí y me besó. Desconcertado, recibí su beso como buenamente pude y envolví su cuerpo entre mis brazos. Sus labios, frescos esta vez, se unieron a los míos y sentí como, nuevamente, todo mi ser se agitaba. No pude continuar pensando en nada, porque mi cuerpo solo respondía a sus besos.
Tomando por completo el control de la situación, Sophie agarró mi chaqueta de piel con fuerza y me arrastró rápidamente por el bosque, sin que yo pudiera hacer absolutamente nada para evitarlo.
En pocos segundos, la joven se detuvo en mitad del bosque y, con suavidad, separó sus labios de los míos. El mero hecho de separarme de ella tan pronto me provocó un tremendo escalofrío. Intenté apartar mi mirada de sus ojos azules, de su rubio cabello, antes de que me fuera imposible controlar todos mis instintos.
De improviso, agarrados de la mano, comenzamos a observar el entorno. Aquel bosque era tan hermoso que, si no hubiera estado tan asombrado con los besos de la joven princesa, habría permanecido varios minutos observándolo. Los árboles, frondosos, se erguían hacia lo alto, creando un auténtico techo formado por sus copas. Y, precisamente, la semi-oscuridad que reinaba en el “bosque ambulante’’ hacía de él un lugar extraordinariamente mágico.
Una rápida sonrisa asomó el rostro de Sophie y, todavía de la mano, iniciamos un rápido paseo hacia un cercano cúmulo de rocas cubiertas, en su mayoría, por musgo que desprendía su frescura a kilómetros.
Su mano me transmitía fuerza, una fuerza que me provocaba olvidar absolutamente el lugar donde realmente me encontraba: El Limbo. Olvidar que todo lo que estaba ocurriendo, verdaderamente no sucedía en el mundo real. Aun así, el mero hecho de tenerla entre mis brazos era lo único que realmente me importaba, estuviéramos donde estuviéramos.
En pocos segundos, disfrutando de la hierba fresca bajo nuestros pies, llegamos hacia aquel grupo de rocas. Sostuve su mano con suavidad, y dejé caer mi cuerpo sobre una de ellas. Sophie, caminando lentamente, se recogió su hermoso vestido azul claro entre sus dedos y posó sus piernas sobre las mías.
El musgo fresco cubría mis ropajes de humedad, aunque en aquel momento poco me interesaba. Seguramente, a pesar de aquellas rocas frescas y húmedas, podría haber permanecido el resto de mi vida en sus brazos.
Podría resultar incomprensible el hecho de pensar aquellas cosas sobre una persona que hacía tan poco que conocía, pero realmente tenía esa extraña sensación.
No obstante, inesperadamente, escuché la voz de Sophie, que me expulsó violentamente de mis cavilaciones:
- John, ¿qué estamos haciendo?
A ciencia cierta habría decidido responder a su pregunta, y puede que hubiera sido un nuevo motivo de disputa. Pero, inesperadamente, algo me detuvo. Había percibido una presencia en el “bosque ambulante’’.
Aquella presencia, una extraña sombra, avanzaba hacia nosotros, escondiéndose entre los árboles. Veloz, ágil, cada instante más próxima a nuestra situación. A su paso, los árboles se desplazaban de un lado a otro y sus respectivas hojas volaban sobre nuestras cabezas.
Un escalofrío recorrió toda mi columna vertebral, dejándome completamente paralizado. Acto seguido, abrí los ojos repetidamente para cerciorarme de que todo aquello estaba sucediendo en realidad. A pesar de mis esfuerzos, como ya sospechaba, vislumbré aquella sombra de nuevo, esta vez aun más cerca de nosotros.
Mentalizándome sobre el peligro de la situación, decidí avisar a Sophie antes de que fuera demasiado tarde. Ciertamente, desconocía la forma en la que protegería a la princesa si algo ocurría. A no ser que fuera ella la que realmente tuviera que salvarme, como ya venía siendo habitual.
- John, te estoy hablando. Podrías, por lo menos, dignarte a responder- increpó Sophie, ajena completamente a aquel inminente peligro.
Sabía bastante bien que no estaba en condiciones de responder a nada en aquel momento. A decir verdad, no estaba en condiciones de hacer nada. En mi mente, solo intentaba hallar la forma de evitar la tragedia que probablemente estaba cerca de suceder.
- Princesa, tenemos compañía- le susurré al oído, como única respuesta a sus recientes palabras.
El cuerpo de la princesa se paralizó por completo, y tuve que fijar mi mirada en ella para conseguir que se tranquilizara. Entre mis brazos creía que se sentiría segura, pero en el fondo de mi ser siempre había sospechado que nunca sería suficiente. No con tantos peligros en nuestra contra. Rodeé su cuerpo aun más contra mi pecho y Sophie pareció calmarse, aunque solo fuera unos instantes:
- John, vienen a por ti- musitó la joven, retornando a su anterior estado de nervios- Debes marcharte.
- No pienso abandonarte a tu suerte, Sophie. Nunca lo haré.
De improviso, y antes de que la princesa pudiera obligarme a marchar de nuevo hacia el mundo real, el sonido provocado por la sombra al deslizarse por los árboles desapareció. Parecía que había decidido desviar su camino y renunciar a seguirnos. Pero aquel silencio era tan alentador, que todo mi cuerpo se tensó de puro pánico.
Desplacé mi mirada de un lugar a otro, buscando en cada resquicio del bosque una prueba de la presencia de nuestro perseguidor. Y, aun así, no encontraba absolutamente nada que me indicara su situación. Habría sido más fácil pensar que había decidido abandonarnos, pero no deseaba que algo nos ocurriera por el simple hecho de tranquilizarnos unos instantes.
De forma repentina, cuando me encontraba próximo a desistir en mi búsqueda, escuché como una fina rama crujía en un árbol lo suficientemente cercano como para alarmarnos.
En aquel preciso momento, sentí miedo. Un miedo irrefrenable a descubrir la identidad de nuestro perseguidor. Avanzaba por todo mi cuerpo, provocando que el corazón estuviera a punto de explotarme en el pecho. Fuera quien fuese, todo mi ser parecía estar avisándome sobre el peligro que corríamos Sophie y yo al toparnos con ello.
Rodeé la cintura de la joven entre mis brazos, y me levanté de la piedra donde nos encontrábamos sentados. Mantuve a Sophie contra mi cuerpo y contemplé rápidamente cada recodo del bosque. Esperaba que, de un momento a otro, la sombra regresara.
Desgraciadamente, así fue.
Con todos mis sentidos puestos en el lugar donde, a ciencia cierta, la sombra surgiría ante nuestros ojos, contemplé como aquella extraña presencia aparecía en el bosque. La única palabra que habría sido capaz de describirlo no era más que una: Oscuridad.
Se trataba de una inexplicable masa de sombras que, poco a poco, comenzó a formar un cuerpo. Un cuerpo que, de igual manera, se encontraba en la más absoluta y terrorífica oscuridad.
Rápidamente, percibí como el cuerpo de Sophie se aproximaba con fuerza al mío, temeroso. La joven elevó el rostro hacia el mío, y observé como finas y cristalinas lágrimas fluían por su rostro.
- John, te lo ruego- susurró, aferrándose con brusquedad a mis brazos-. Por favor, debes irte. Antes de que sea demasiado tarde.
Levanté la vista de la joven, algo confuso y aturdido. Inmediatamente divisé el cuerpo de oscuridad a escasos metros de nosotros, ignorando completamente las palabras de la princesa. Aquella era la única solución que encontraba en aquel instante. La idea de regresar al mundo real era lo suficientemente atractiva como para temer sucumbir a ella. Ni podía ni debía abandonar a Sophie a su suerte, justo cuando nuestro perseguidor había decidido descubrirse.
Todavía observando paralizado lo que se encontraba ante mis ojos, el cuerpo oscuro se desplazó violentamente y comenzó a estremecerse. Rápidos temblores parecían afectarle, avanzando por todos los recodos de su ser. Precipitadamente aquellas sacudidas llegaron hasta su cabeza, provocando que esta comenzara a convulsionar de un modo que que ocasionó en mí unos nervios inesperados. Si esa cosa no detenía pronto aquellos extraños movimientos, enloquecería. No estaba seguro de ser capaz de tranquilizar a la princesa ante aquella escena que estábamos presenciando. Posé con suavidad la mano que tenía libre sobre mi frente e intenté serenarme. Solo así podría hacer frente a aquello en lo que esa horrible criatura estaba cerca de transformarse.
Antes de que fuera capaz de percatarme, el cuerpo comenzó a liberarse de toda la oscuridad que le envolvía. Parecía estar despojándose de su misma piel. Pequeños grupos de sombras volaban a su alrededor según desaparecían de su cuerpo. Era una situación tan desagradable que realmente temí por la situación de mi estómago en aquel momento.
Los pequeños resquicios de oscuridad que aun se encontraban junto al cuerpo comenzaron a alejarse de este, mostrando un vestido agrietado y repleto de suciedad. Aquello solamente podía significar que nos encontrábamos ante una mujer, recapacité en un breve momento de calma.
Sophie, que había permanecido contra mi pecho todo ese tiempo, se agitó entre mis brazos. Elevó el rostro de nuevo y se giró en la dirección de nuestro todavía extraño perseguidor. Solamente una mirada le bastó para volverse contra mí, con una indescifrable expresión en el rostro. A decir verdad, la joven parecía conocer ya la identidad de aquella dama. Y aquello, en ese instante, me asustaba más que nada en el mundo. Bueno, ciertamente en el Limbo.
- John, esta vez no serás capaz de ganarles la batalla.
Escuché su voz como un auténtico ruego. Esta vez ya no caían lágrimas por su rostro, pero su desesperación podía reconocerse en cada una de sus palabras. Quizá marcharme habría sido la mejor opción. Pero ya era demasiado tarde para arrepentirme.
No obstante, no tuve ni un mísero segundo para poder responderle. Para poder comunicarle todo lo que sentía en aquel momento, todo lo que sería capaz de hacer para protegerla de aquella mujer.
Porque, en un abrir y cerrar de ojos, la dama oculta se encontraba tras la espalda de Sophie. No fui capaz de levantar el rostro y dirigir mi mirada hacia ella, para así poder descubrir su identidad. No sabía por qué, pero solamente no podía. Percibía como nos observaba, en especial a Sophie. Y el mero hecho de imaginarlo me provocó un tremendo escalofrío. Desgraciadamente, aunque hubiera querido, no tuve tiempo de reaccionar.
Levanté fugazmente la vista y contemplé como aquella mujer rodeaba el cuello de la princesa entre sus manos. Rápidamente lo elevó hacia lo alto, mientras Sophie gritaba sorprendida e intentaba liberarse de las uñas de la mujer, que se le hundían en el cuello, abundantes de porquería.
La imagen era completamente aterradora. Sin embargo, lo que más me impresionó no fue aquello. Cuando el cuerpo de Sophie me permitió descubrir la identidad de la dama, observé conmocionado el resultado.
Por más que lo intenté, no pude evitar que un grito ahogado surgiera de mí. Su ojos se habían tornado de un horrible color rojo y de su boca fluía una gran cantidad de sangre, que pronto estuvo de provocarme el vómito. Aunque así parecía imposible de reconocer, en el instante en que levanté la vista supe de quién se trataba.
Aquella mujer era mi madre.

martes, 12 de julio de 2011

Premio "Destellos brillantes en el cielo azul''

Las normas por ser premiado/a:

1- Publicar en el blog una entrada en la que se anuncie lo siguiente:


  • El nombre de la persona que te ha premiado y su enlace en blog.
  • Premiar a seis personas, cuyos blogs te parezcan buenos, dejando su nombre y enlace al blog.
  • Colocar la imagen del premio en la entrada.
  • No premiar a nadie que ya haya recibido este premio.
  • Especificar en la entrada que hay que anunciar todas las normas cada vez que se premie a alguien.
  • Contar tu mayor sueño.
2- Si no se acepta el premio se debe avisar a la persona que te premio para poder premiar a otro.








Bueno, muchísimas gracias a Adriana o Nanna Doyle, autora de Rastreadores de dragones :) Aquí tenéis el blog y es muy, muy recomendable  Rastreadores de dragones 
Y, en serio, que no me lo esperaba. Y es muy importante que gente me de premios por mi novela. GRACIAS


Y aquí los seis blogs que son los premiados por mí:
- Gaby por  El Último Guardián, que es un blog impresionante y con una novela genial. Totalmente recomendable.
- Diana Kirta Palace Escritora por su blog La Dama Lobuna en especial su historia Lobos de Marfil, que me encanta.
- Athenea Escritora por su blog  Fight for Rock que, de lo poco que he leído, me gusta muchísimo. Y además está escrito por una gran 
persona.
- Inés García por Blog de jóvenes escritores, que me ha ayudado mucho y cuyo blog está genial. 
- Fuen por su blog Paradoxicalus, y por haber sido tan buena persona leyendo mi libro y mostrando su interés. 
- Y por último aunque no menos importante a Claro de Luna, cuyo blog Claro de Luna me encantó cuando lo leí y espero seguir haciéndolo cuando pueda.
Aquí están todos los premiados, y de nuevo doy las gracias por el premio. No sabía muy bien a quién poner así que si alguno se me ha pasado lo siento mucho. Porque todos nos merecemos un premio por esforzarnos haciendo estos blogs tan increíbles y creando historias tan geniales.
GRACIAS

miércoles, 6 de julio de 2011

Capítulo VII Elixir de amor (Parte 4/4)

El viaje hacia el bosque que me había indicado Michael fue bastante corto. Según me dijo antes de partir, recibía el nombre de “El bosque ambulante’’ debido a que todos los comerciantes lo recorrían a la hora de repartir sus productos por todo el Reino Helado.
Pero, para mí, era un bosque exactamente igual al los que había conocido durante mi corta vida.
Sin embargo lo que no me imaginaba es que allí iba a ocurrir algo muy importante para mi futuro y para el resto de mis acompañantes, indirectamente.
Según descendíamos hacia un claro donde aparcar mi helado, Bibí comenzaba a vomitar sin poder evitarlo. Durante la breve travesía, el animal no había hecho nada más que gritar y expulsar todo lo que podía por la boca. Y eso que me decía que estaba acostumbrado. Una leche, pensé cuando arrojaba a Bibí al suelo nada más llegar:
- Será mejor que la próxima vez te mentalices, y no me mientas. Si no te hubieras negado a ir con Michael, esto no habría pasado- le espeté, lanzándole una mirada como reprimenda.
- No habrá próxima vez, John. Le juro que no volveré a hacerlo, pero quiero ir con usted en el helado durante nuestra aventura. Necesito acostumbrarme y así poder adquirir uno antes de que se agoten.
No lo había pensado. Cuando no hubiera más helados voladores, nunca volverían a ser fabricados si mi padre no volvía. Reynold habría querido que yo continuase con su labor, pero la verdad era que desconocía completamente la forma de construirlos. Y, por un momento, sentí que lo único que estaba haciendo era decepcionar a mi padre:
- No puedo negártelo, Bibí. Pero, por favor, no me des un viaje como este. No podré aguantarlo- le dije, riéndome estrepitosamente e intentando así olvidar todo lo relacionado con mi progenitor.
Al instante Bibí dejó escapar una pequeña carcajada, y no pudo evitar reírse también.
Pero no podíamos distraernos bromeando sobre cosas absurdas cuando lo que precisamente no teníamos era tiempo. Rápidamente pegué un salto y comencé a caminar, con Bibí siguiéndome muy de cerca.
A pocos metros vislumbré la entrada al “bosque ambulante’’, y aumenté la velocidad provocando la desesperación del pequeño puerco-espín. Y según nos internábamos en el bosque fui recorriendo con mi vista cada árbol, admirando la belleza del lugar donde nos encontrábamos.
Intenté enderezarme y tomé una larga bocanada de aire antes de continuar caminando. Sentí el aire entrando en mis pulmones y una gran satisfacción me embargó. No obstante, cuando me encontraba lo suficientemente serenado, el ruido provocado por un caballo que penetraba en ese momento en el bosque arruinó mi tranquilidad.
En el instante en que el sonido provocado por los cascos del corcel se hizo más evidente, observé como se internaba en el bosque y pude reconocerlo. Era Teddy, cabalgado por Michael. No podía creerlo. Ningún corcel había superado nunca en velocidad a los helados voladores. Y además, el príncipe debería haber llegado dentro de media hora como poco.
Pero no tuve tiempo para preguntarle. Porque algo provocó una sacudida en mi mente y me desmayé en el el momento, como si algo o alguien hubiera penetrado en mi cabeza.





                                *



 Cuando desperté sólo pude vislumbrar unos preciosos ojos azules como el mar, que me observaban con una mezcla de confusión y a la vez indignación. Sin ni siquiera poder reconocer a mi acompañante, supe de quién se trataba: la princesa Sophie.
Me acosumbré al ambiente en el que me encontraba y no dudé en levantarme, pero mis piernas me jugaron una mala pasada. Intenté evitar la caída para no hacer el ridículo ante la atenta mirada de la joven pero lo único que conseguí fue resbalarme e ir a parar, de nuevo, a la oscuridad que inundaba el suelo.
Inconscientemente, antes de levantar la vista, me maldije varias veces por mi torpeza. Seguramente a la princesa el único sentimiento que le inspiraba en aquel momento era lástima. Y daba gracias a los dioses de que Sophie no hubiera comenzado a reírse tras mi caída.  Al fin logré incorporarme en el suelo y, antes de levantarme definitivamente, me percaté de que me encontraba en el bosque donde me había desmayado. Junté cabos y descubrí que Sophie siempre se me aparecía en el lugar donde estaba en ese momento. Con lo que el Limbo era un lugar cambiante. No entendía nada, absolutamente nada. Pero eso no era lo más importante ahora.
Sin pensarlo ni un solo instante, fijé mi mirada en Sophie e intenté sonreír para calmar el ambiente que sentía tan tenso. Pero, de repente, recordé las palabras del Rey Polar y me fue imposible fingir una mísera sonrisa.
Sabía de sobra lo que tenía que hacer a partir de ahora: enamorarla. Aun así, no estaba muy seguro de poder mentirle sobre aquello. Sería demasiado cruel enamorar a la joven y obligarla a pensar que yo sentía exactamente lo mismo por ella.
Por un momento pensé en comenzar a hablar y realizar mi trabajo como se me había encargado, pero no pude. Sin embargo tampoco hizo falta porque ella ya estaba gritando con todas sus fuerzas:
- ¡Te dije que no volvieras, pedazo de inútil!- me aulló, levantándome de la hierba cubierta de rocío.
Por un momento, y después de escuchar sus absurdas reprimendas, recordé todo el odio que había sentido hacia ella aquella vez que me salvó en el Palacio. Parecía que la joven princesa no estaba acostumbrada a tratarme con respeto, y estaba dispuesto a cambiar aquello lo antes posible. Con un rápido movimiento retiré todos los restos de hojas que había sobre mis ropajes, y noté también la acción del rocío en mis pantalones. Y, después de tomar una bocanada de aire disimuladamente, le respondí:
- Perdona pero no he sido yo quien ha decidido volver, princesa- proferí, indignado esta vez. No tenía ninguna culpa de que los Intermedios o quien fuera que me había transportado de vuelta al Limbo quisiera trastornarme.
- ¿Entonces quién te ha traído hasta aquí? ¿Acaso has venido por arte de magia?
- No, Sophie. Sabes de sobra quién lo ha hecho- desconocía si la joven estaba al tanto de todo aquello, pero estaba dispuesto a averiguar de una vez por todas todo lo que me estaban ocultando-. Los Intermedios. Y creo que también sabes por qué me han traído. Para transformarme en un completo enajenado.
El rostro de la princesa cambió y sentí como cada uno de sus músculos se tensaban ante mi revelación. Eso sólo podía significar que sabía perfectamente de qué le estaba hablando:
- No…- susurró, intentando calmar la voz para que no me percatara de sus más que evidentes nervios.
No tenía en cuenta que me hubiera enterado de todo. E iba a aprovechar la ocasión para averiguar todo lo que el Rey Polar se había negado a desvelarme.
Aunque no me resultaba algo cómodo, agarré el brazo de Sophie con fuerza y la atraje hacia mí, ya que cada instante se estaba alejando más de mi posición:
- No, ¿qué? ¿Eh, princesa? ¿Qué va a hacer ahora?.¿Escabullirse del tema como si nada? Sé de sobra que sabe algo sobre mí. No se cómo, pero lo sabe. Al igual que su padre.
- ¡Suéltame, inútil!- gritó de nuevo, esta vez golpeándome sin ningún miramiento para librarse de mí.
- No- susurré tranquilamente, mostrando el poco temor que me inspiraba aquella muchacha tan indefensa.
- ¡He dicho que me sueltes!
Y, sin embargo, no me dejó decir nada más. Porque, con un leve movimiento, me agarró de la cintura y me llevó hacia un árbol, golpeándome la espalda contra la corteza dura y húmeda:
- No pienso responder a ninguna de tus preguntas. No es usted ningún Dios para imponerme nada. ¿Me entiendes, John Final?- añadió mientras me oprimía el cuerpo con sus manos.
- No, princesa. Y será mejor que vayas acostumbrándote a mis preguntas. Porque tengo varias cosas que decirte- le aparté la mano de mi cintura, y agarré la suya con fuerza.
Sophie se revolvió durante unos instantes y, al comprobar que no podía hacer absolutamente nada para librarse de mí, se golpeó contra el árbol como señal de indignación:
- John, me estás haciendo daño.
- No creo.
Después de esto, me acerqué un poco más hacia ella. Si lograba estar más próximo a Sophie, quizá lograra atemorizarla. Y así podría obligarla a contarme todo lo que sabía.
Sin embargo noté su cuerpo rozando el mío y un gran impulso pareció apoderarse de mi cuerpo durante ese momento. Su cabello rubio comenzó a acercarse a mi rostro y sentí la necesidad de colocárselo detrás de la oreja. Desconocía lo que me estaba ocurriendo pero sólo sabía que no podía detenerme tan fácilmente.
La observé fijamente y su belleza me deslumbró. Reparé en sus labios, esos labios carnosos que sólo me incitaban a hacer una cosa.
Y sin pensarlo ni un mísero momento, aparté sus cabellos de mi rostro. Se los coloqué detrás de la oreja y acerqué mis labios a los suyos mientras ella me miraba intensamente a los ojos. Una fuerza magnética parecía arrastrarme hacia ella y no pude resistir la tentación. Mis labios comenzaron a rozar los suyos y, tras aproximar aun más su cuerpo contra el mío, la besé apasionadamente.

domingo, 3 de julio de 2011

Capítulo VII Elixir de amor (Parte 3/4)

Cuando el Rey soltó aquellas palabras por la boca, Michael y Bibí se quedaron atónitos, fijando su mirada aun más en mí. En el momento en que escuché la frase, no podía creer lo que estaba oyendo, pero el aspecto de mis compañeros me lo confirmó.
¿Enamorarla era la única solución? No podía creerlo, pero lo peor era que no sabía cómo hacerlo. Y a juzgar por los rostros que estaba viendo, mi única salvación era terminar la misión incluido la seducción hacia la princesa. Durante las últimas horas había pensado mucho en Sophie, pero nunca habría imaginado que yo fuera el responsable directo para resucitarla. No comprendía por qué yo la veía en sueños y los demás no. La princesa no me conocía de nada y podría haber elegido a su hermano, a su padre, o a cuaquier persona menos yo.
Pasaron varios instantes antes de que alguien se decidiera a hablar, después de la “bomba’’ que acababa de comunicarnos el Rey Polar. Y como no, fue Michael quien comenzó a hablar ante la todavía mirada incrédita de Bibí:
- ¿Tú? ¿Con mi hermana?- las primeras palabras no podían ser otras, pensé-. ¿Estás seguro, padre?- inquirió de nuevo el príncipe cuando su padre asintió con la cabeza.
- Sí, hijo. Cuando John nos contó sus experiencias con Sophie estuve totálmente seguro- el Rey me miró expectante y me preguntó-. ¿Aceptas ayudarnos de esa manera? No voy a obligarte pero es la única solución.
- Majestad, la cuestión no es si acepto o no. Pero, ¿por qué he tenido que ser yo el que soñara con ella? Y, ¿me puede decir por qué tenía sospechas antes de que le contara lo de mis sueños? ¿Qué está ocurriendo aquí?- mi voz resonó en toda la sala y Bibí me propinó un pequeño golpe en la espalda para tranquilizarme.
- Me temo que no puedo decírtelo. Fuera de la desaparición de mi hija hay cosas del pasado que no puedo revelarte, hijo mío. Sólo sé que hay una razón para todo esto, pero no es mi deber contártelo- otra vez con secretos. Estaba claro que yo era especial para la princesa de algún modo que se me escapaba. Y aunque el Rey se negara, acabaría averiguándolo todo.
- Le ayudaré porque su hija no tiene la culpa de los errores que sus padres cometieron en el pasado. Pero quiero que sepa que me enteraré de todo, y cuando tenga la verdad en mis manos me oirá y me explicará todo con pelos y señales- pero no pensaba hacer todo esto a cambio de nada. Todavía tenía muy presente a mi padre y no descansaría hasta encontrarle vivo, o hasta saber a ciencia cierta que estaba muerto-. Y además, tengo una condición. Le ayudaré si logra encontrar a mi padre, y descubre por qué fueron a por toda la población de Lianel, a parte del motivo evidente.
- Está bien. Pero eso ya lo tenía presente. Reynold es uno de mis mejores amigos, y siempre me ha apoyado. Así que moveré cielo y tierra hasta encontrar la respuesta, ¿lo has entendido? Hasta el último aliento. Mañana mismo mandaré a varias patrullas en busca de la verdad, John. Y cuando tengamos noticias de tu padre, les ordenaré buscaros- el rostro del monarca se tornó rojo mientras una de sus venas se hacía notar en su cuello, como si estuviera cerca de explotar.
- Tenía que asegurarme, majestad. Si acepta mi condición, me temo que debemos irnos cuanto antes- le hice una leve reverencia al Rey y me giré directo a la puerta-. Michael y Bibí, vamos.
- ¿Pretendes irte de aquí sin ni siquiera saber a dónde ir?
Cuando no había dado ni dos pasos, eché la vista atrás y retorné a mi posición, al ver que mis compañeros ni siquiera se habían movido. Por un momento se me había olvidado que no conocíamos el paradero de la princesa:
- Lo siento. Por un momento sólo pensé en salir de aquí y buscarla. Pero no me había parado a pensar en dónde- Bibí se acercó de nuevo hacia mí y se sentó mirando hacia el Rey, expectante.
- Veo que tienes prisa en encontrar a mi hija. Eso es bueno, John. Pero no olvides que no será fácil enamorar a la princesa. Y ya sabes lo que ocurrirá si no lo logras a tiempo.
- Sinceramente no creo que mi hermana se enamore de semejante…criatura- susurró Michael. La idea de verme con la princesa no era de su agrado, y no se estaba esforzando por ocultarlo.
- Cállate, hijo. Espero que no seas una carga para John. Porque la vida de tu hermana está en juego. Y su misión es enamorarla. No estar con ella el resto de su vida- y eso esperaba yo. Porque no pensaba llegar a más en todo aquello.
Michael no contestó y permaneció pensativo el resto de la conversación hasta que el Rey se decidió a contarnos el paradero del cuerpo de Sophie.
Antes había nombrado un lugar, un Santuario. Pero no le había dado demasiada importancia. Sin embargo, en ese momento, sólo deseaba enterarme de ello.
El monarca se acercó más a mí al igual que Michael, que decidió unirse a mí y a Bibí. El pequeño puerco-espín se aproximó más a mis piernas, dejando hueco al joven príncipe:
- Hijo, tú conoces ese lugar. Con lo que es más fácil que lleguéis a él. No contaba con que aparecieras y ayudaras a John. Pero ha sido una suerte que te encontraras con él en Lianel. Una suerte y una inmensa satisfacción- dijo el monarca, dedicándole a Michael una pequeña sonrisa en la que transmitía su alegría al ver a su hijo de vuelta.
Y cuando parecía que el Rey no fuera a revelarnos nunca el paradero de Sophie, lo dijo de sopetón:
- Está en el Santuario de los Dioses, Michael. Ese lugar donde descansan los cuerpos de todos los monarcas del Reino. Y donde está enterrada tu madre.
Había oído hablar de él, y no pensaba que fuéramos a llegar tan fácilmente.
El Santuario se encontraba en lo alto de la Cordillera Sagrada, en una de las montañas más altas del Reino. Cuando alguien de la realeza fallecía, todos sus familiares le llevaban allí. El viaje, según decían, duraba una eternidad ya que solían viajar a pie.
Y lo peor de todo es que era el lugar donde la princesa Iliana había sido asesinada a manos de un soldado del Reino del Fuego. Muy pocas personas se atrevían a escalar la montaña después de lo sucedido. Porque el cuerpo de la antigua princesa había sido encontrado magullado y despedazado. Nunca se había oído hablar acerca de criaturas malignas en el Santuario.
Pero alguien tenía que haberle hecho esa abominación al cadáver de la pobre princesa.



                                            *


Después de que el Rey nos desvelara el paradero de Sophie, todo sucedió demasiado rápido.
El monarca se arrojó sobre su hijo y contemplé como varias lágrimas comenzaban a surgir de sus ojos. Le entendía perfectamente ya que no hacía ni un día que había vuelto a ver a Michael después de tanto tiempo, y ya tenía que volver a despedirse de él. De todos modos hubo un detalle que me extrañó. El Rey Polar nos miraba como si no nos fuera a ver en mucho tiempo. Y aquello era lo suficientemente insólito como para hacerme pensar que nuestro viaje duraría más de lo que tenía en mente. Pero no me dio tiempo a continuar pensando en aquello ya que la emotiva despedida de Michael y su padre me sacó completamente de mis cavilaciones.
El joven había correspondido a su abrazo y aunque intentaba ocultarlo, una pequeña lágrima comenzaba a desplazarse por su mejilla. Bibí, al igual que yo, permanecía junto a mí observando la escena.
Cuando parecía que el Rey Polar nunca iba a dar por finalizado ese abrazo, Michael empezó a separarse de él:
- Hijo, temo que algo te ocurra en la búsqueda de tu hermana. Si no vuelves conmigo, nunca podré perdonármelo. No después del tiempo que te han mantenido separado de mí.
Era algo evidente la culpa que el monarca cargaba sobre sus hombros con respecto al secuestro de su hijo, pero tarde o temprano tendría que aceptar que hizo todo lo que estuvo en su mano para solucionarlo. Michael, reparando en la tensión de su padre, agarró con fuerza una de sus manos y comenzó a hablar:
- Padre, juro por los dioses que haré absolutamente todo lo que esté en mi mano para recuperar a Sophie y traerla de vuelta. Y por mí no se preocupe, sé cuidar de mí mismo- añadió, dedicándole una leve sonrisa a su padre para así lograr que se tranquilizara-. Ahora, después de todos estos años, no permitiré que nadie vuelva a retenerme en contra de mi voluntad.
- Estoy seguro de que así será, hijo mío. Y si alguna vez vuelve a ocurrir, espero que sepas que daré mi vida para recuperarte.
Tras estas palabras, padre e hijo volvieron a fundirse en un abrazo. Y después de unos segundos, Michael se soltó de nuevo y avanzó hacia la salida de la sala del trono.
- Adiós, padre- dijo Michael, deteniéndose a escasa distancia de la puerta por la que se accedía a la sala donde nos encontrábamos.
- Adiós, hijo.
El rostro del Rey Polar, aunque continuaba mostrando la tristeza que resultaba para él volver a dejar marchar a Michael, cambió durante unos segundos para mostrar una gran sonrisa.
Yo, que no sabía que hacer en aquel instante, opté por hacer una reverencia ante el monarca, y Bibí hizo exactamente lo mismo:
- Ha sido un completo placer conocerle, majestad- dijimos Bibí y yo al unísono, levantándonos tras nuestra corta reverencia.
- El placer ha sido mío.
Y, sin que permitiera alguna palabra más por parte del monarca, me giré y comencé a caminar en dirección al lugar donde se encontraba Michael. Bibí, después de despedirse por última vez del Rey Polar, empezó a corretear para alcanzarme. Sin embargo, algo me detuvo:
- John.
Escuché la clara voz del Rey y, automáticamente, viré de nuevo en su dirección. Sus ojos parecían analizarme como a un completo extraño y, cuando creía que no nos dejaría marchar, me dedicó su última frase:
- Por favor, cuida de mi niña.
Sin pensarlo ni un mísero instante, respondí algo que surgía directamente de mi corazón:
- Tenga por seguro que lo haré. No dejaré que nada malo le ocurra.
Y, de nuevo, comencé a caminar hacia Michael, que hizo ademán de volver a abrazar a su progenitor pero se contuvo lo suficiente como para despedirse con un gesto de mano mientras sonreía.
Y aunque sabíamos que el monarca se sentía triste por nuestra marcha, atravesamos el umbral para no volver atrás. Teníamos bastante claro que queríamos salir cuanto antes en busca de Sophie pero todas la personas que allí se encontraban intentaron despedirse de Michael, lo que evitó nuestra repentina marcha.
Nancy, que caminaba por los corredores impaciente, nos besó y envolvió con sus brazos, y se encargó de no soltarnos en mucho tiempo.
El resto de las criadas, un sólido grupo de jóvenes, también mimaban a Bibí mientras éste sólo les dedicaba miradas de enfado, al verse tratado como un niño recién nacido.
Y en menos de lo que pudimos percatarnos, los tres nos encontrábamos a las puertas de la muralla que se cerraba a nuestras espaldas, dejando atrás la ciudadela y todo lo que había sucedido estos últimos días.
Con respecto a las calles, la poca gente que ya se encontraba en ellas se congregó en la Plaza para despedirse de nosotros, en especial de su príncipe.
Cuando las grandes puertas se cerraron definitivamente, Michael señaló hacia un lugar cercano donde un corcel resplandeciente y mi helado volador descansaban junto a la muralla. Michael y yo caminamos hacia ellos junto a Bibí , que ya había alcanzado mi helado y trepaba hacia los asientos con una mueca de ilusión.
El caballo de Michael, cuyo pelaje mostraba una mezcla de castaño y varias zonas de negro penetrante, nos observó atentamente, en especial al pequeño puerco-espín que le era totalmente desconocido:
- ¿Puedo ir contigo, por favor?- preguntó ansioso Bibí, poniendo ojitos de cordero degollado e ignorando al caballo.
- Vale, pero te advierto que este aparato va a mucha velocidad y puedes asustarte- esperaba que Michael nos guiara hacia el Santuario, porque nunca había estado allí. Y respecto a Bibí, estaba claro que tendría que ir conmigo, aunque sólo fuera por cumplir sus deseos.
- Estoy acostumbrado- dijo, no muy convencido, mientras se subía finalmente a mi helado y me dejaba un pequeño hueco en las pieles que actuaban de asiento sobre el alargado fragmento de madera.
Michael se subió a su caballo, dándole unos leves golpecitos en el cuello a modo de saludo. Debió de ser el que había llevado el día de su secuestro. Y seguramente estaba muy encariñado con él. Según le escuché llamarle, su nombre era Teddy.
A su vez me monté en mi helado, arrastrando a Bibí hacia la parte trasera de éste. Y aunque comenzó a quejarse por no poder disfrutar de las vistas del vuelo en primera fila, le ignoré. Yo era el conductor y si el puerco-espín estuviera delante, no me permitiría vislumbrar absolutamente todo lo que necesitaba.
Con varias frases nos despedimos y acordamos descansar en un bosque cercano, ya que no habíamos tenido mucho tiempo para dormir y yo, sinceramente, estaba extenuado.
Con un leve movimiento puse en marcha mi helado y sentí como comenzábamos a coger altura. En poco tiempo salimos expulsados hacia el cielo, mientras Bibí gritaba como un trastornado y dejábamos atrás a Michael, que se reía de nuestra situación.