domingo, 15 de mayo de 2011

Capítulo VI Bibí del río helado (Parte 1/3)


-     ¿Qué quieres decir? ¿Quién más puede saber dónde está mi hermana si mi madre ha muerto?- exclamó Michael fijando la mirada en su padre. Notaba que estaba empezando a impacientarse, y no era el único.


-     No lo sé, hijo. Pero Musfogn está buscando a tu hermana, es lo único que sé- ya solo faltaba eso, encontrarnos con el Rey del Fuego. Lo próximo sería que los dioses vinieran a buscar a la princesa, y no me sorprendería.


-     ¿Pero por qué todo el mundo está empeñado en no decirme la verdad? ¡Estoy harto de mentiras! ¡Estoy harto de todo!- gritó Michael dando golpes contra uno de los armarios situados en la habitación del monarca.


Nancy, que había estado ausente durante los últimos minutos, cogió a Michael de la mano y le pidió que se tranquilizara.


El príncipe cesó su pelea con el armario, y se dirigió de nuevo hacia su padre, más serio de lo que nunca le había visto estos días:


-     Padre, no quiero más mentiras. He estado más de cinco años secuestrado, viviendo una farsa. No quiero que esto siga así. A partir de ahora me dirás todo lo que sepas.


-     Hijo, lo siento pero no estoy al tanto de nada más. No sé que quieres que te diga pero no hay nada más que debas saber. Tu hermana desapareció y cuando dimos la alarma, tu madre volvió a Palacio hecha unos zorros, y completamente repleta de heridas. Antes de morir me confesó absolutamente todo, incluida su alianza con el Reino del Fuego, y falleció en mis brazos advirtiéndome de que Musfogn estaba buscando a Sophie- y aseguraba que no sabía nada. De momento conocía muchos   más detalles que nosotros, y eso que yo había hablado con la princesa.


-     Mi Rey, desconocíamos todo lo que está contando. Aún así lo importante ahora es partir cuanto antes en busca de la princesa o será demasiado tarde- dije decidido. Ante todo, no iba a permitir que le sucediera nada a la princesa. No hasta que me vengara de su mala educación y de sus aires de superioridad.


Mi idea era salvar a la princesa y luego matarla. Vaya idea más absurda, pensé, y me reí en silencio mientras el Rey comenzaba a responder a mis palabras:


-     Tienes razón, John. Tenemos que encontrarla cuanto antes, pero no os iréis sin saber la única forma de salvarla.



                                                    *


El Rey insistió en que necesitaba descansar después del intenso reencuentro con su hijo y las nuevas noticias sobre su hija. Así pues, nos comunicó que después de esta noche, cuando descansara, nos confesaría el remedio para revivir a Sophie y nos permitiría partir en su busca.


Me estaba muriendo de la angustia. No podía esperar más. Cuanto más tiempo perdiéramos, más peligro habría a la hora de encontrar a la princesa. Pero era obvio que a Michael y a su padre no les preocupaba mucho todo esto, luchar contra infinitos enemigos, y contra monstruos. Pero a mí, que tenía poca idea de luchar cara a cara, y que solo tenía a mi favor mi buen uso del arco, me daba bastante respeto eso de coger una espada para proteger al Reino.


Después de despedirnos del Rey Polar, Michael, Nancy y yo salimos cuidadosamente de sus aposentos y nos miramos sorprendidos, sin duda algo bastante comprensible, ya que no teníamos ni idea de lo que íbamos a hacer a continuación:


-     ¿Y ahora qué vamos a hacer?- exclamé. No me podía imaginar lo que haríamos esa noche, por mucho que lo pensara.


-     Es una muy buena pregunta, John- pensó Michael en alto-. Aunque yo tengo bastantes ideas. La idea de la fiesta no está nada mal, ¿verdad, Nancy?- dijo dándole un golpe amistoso en el hombro a su criada.


Nancy no pudo evitar reírse ante la situación y observó feliz a Michael. Se notaba que le había echado mucho en falta, y verle tan esperanzador después de todo lo que le había ocurrido, le hizo cambiar de humor:


-     Sí, John. Me temo que no tienes ni idea de cómo se celebran las fiestas en la ciudadela. Espero que vengas preparado- añadió Nancy mientras seguía riéndose de lo que estaba ocurriendo.


-     Sé de sobra que tenemos muchos problemas, y no puedo evitar pensar en todo lo que está por suceder. Pero me merezco una bienvenida, y poder olvidarme de todo esto durante una noche. Sólo pido eso- susurró Michael al contemplar mi rostro ante la idea de una fiesta.


-     Está bien- admití-. Iré contigo, pero no pidas demasiado.


Michael y yo avanzamos por los corredores de Palacio, dejando atrás  a Nancy, que seguía riéndose mientras retornaba a su habitación a descansar.


Había sido un día muy largo, y creo que no había terminado para Michael y para mí.



                                                *



Salimos tranquilamente andando, traspasando la verja de hierro forjado no sin antes despedirnos de los guardianes de la puerta, que todavía no se habían recompuesto del susto de haber visto a Michael. Esta vez caminábamos, no como la vez anterior, cuando había entrado corriendo en busca de Michael y de Nancy, y había…muerto, por muy raro que me pareciera:


-     Todavía no me has contado nada. Después de que mi padre volviera a la vida, no hemos tenido tiempo para que me digas que sucedió en mi ausencia- parecía que el príncipe me había leído la mente, y había pensado en preguntármelo.


-     Es una historia muy larga, Michael. Y muy difícil de comprender- respondí, ignorando un poco sus súplicas.


-     Creo que tenemos bastante tiempo, ¿no?- Dios, parecía que este joven había surgido de un concurso de preguntas porque no paraba de insistir en lo mismo.


-     Está bien. Pero no pongas caras cada vez que no entiendas algo. Es algo totalmente surrealista, así que será mejor que pongas toda tu atención si quieres enterarte de algo. Ni yo mismo he acabado de comprender qué me ocurrió.


-     Está bien, déjate de tonterias y cuéntamelo ya.


-     Vale, vale. Haber, resulta que cuando tú te fuiste corriendo en busca de tu amado padre…- ironicé-. Pues Nancy también me abandonó y tuve que apañármelas para buscaros, ya que nunca había estado en Palacio, nunca- recalqué.


-     Oh, pobre. Creo que voy a llorar- me callé, simplemente no quería escucharle o tendría que pegarle un buen puñetazo.


-     Cállate. Cuando estaba cerca de la sala del trono, una luz cubrió la sala donde me encontraba, y junto con un mensaje en la pared que me advertía de algo terrible, aparecieron varios aldeanos asesinados. Estaba aterrorizado, y uno de los aldeanos se levantó y comenzó a perseguirme, pero gracias a Dios pude salvarme, con la ayuda de tu hermana, que usó sus poderes para vencer a mi perseguidor. Comenzamos a hablar, hasta que Sophie depositó sus manos en mi cuerpo, y me devolvió al Palacio real.


-     ¿Qué? Y todo eso, ¿te ha pasado a ti?


-     Nancy estaba a mis pies en el momento en que desperté, y cuando le conté todo, me reveló que los Intermedios me habían marcado y no cesarían hasta volverme loco. También me dijo que había estado en el Limbo, donde viven los Intermedios.


-     Vaya lío. Tenías razón, no he entendido nada. Pero, ¿por qué fuiste a parar al Limbo?- preguntó Michael, tomándome el pelo.


-     Porque…morí al chocarme contra una mesa, en la cabeza- parecía que lo que estaba contando no tenía ni pies ni cabeza, y que encima era tan tonto de haberme chocado con una mesa.


-     Pues podías haberte quedado allí. Tampoco habría sido una gran perdida.


-     Piérdete, Michael. ¿Podríamos intentar convivir durante el tiempo que pasemos buscando a tu hermana? Porque puede que al final nos matemos el uno al otro, y nos adelantemos a los soldados de Musfogn- no me importaría matarle, pero estaba seguro de que no vencería. Y, de momento, no quería morir.


-     Por un momento, tienes razón. Quiero pasármelo bien esta noche, así que será mejor que no discutamos, o me amargarás la noche.


Asentí, ya que no me apetecía seguir conversando con él.


Ya habíamos traspasado la puerta, y seguíamos andando por las calles. Así que decidí fijarme en los detalles de los que no me había percatado antes.


La calle constaba de un gran número de establecimientos, como había pensado antes, y cada una vendía cosas totálmente diferentes, desde comida hasta joyas de incalculable valor y ropajes realizados a mano por los diseñadores más famosos del Reino.


Según avanzábamos por las calles desiertas de la ciudadela, anochecía muy lentamente. La luna aparecía en lo alto del cielo en su fase más estremecedora: la luna llena o plenilunio, la cual tenía varias leyendas que provocaban, a veces, una reacción de miedo y rechazo entre las personas de ambos Reinos.


Me preguntaba el motivo por el que no había nadie en las calles. Parecía una ciudad completamente desierta, al igual que Lianel cuando había sucedido el asalto. Supuestamente, los aldeanos deberían de estar celebrando por las calles de la ciudadela el retorno de Michael a su hogar, después de tantos años:


-     ¿Se puede saber dónde está todo el mundo y a dónde vamos?- pregunté. Al final, la curiosidad había podido con las pocas ganas de volver a entablar una conversación con el príncipe.


-     ¿No lo sabes? ¡Qué raro! Creía que conocías las costumbres. No te preocupes, pronto lo descubrirás- ya estábamos otra vez con los secretitos. Aunque decidí callarme y esperar a cuando llegáramos a dónde tuviéramos que ir.


A partir de ese momento, me silencié y seguimos paseando por la calle comercial, hasta que surgió una bifurcación, y Michael giró sin ni siquiera avisarme. Ese era el camino por donde había llegado al Palacio, y solo llevaba a un lugar: a la Plaza.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Capítulo V Revelaciones (Parte 2/2)

 - Ya ha pasado todo, padre. Te vas a poner bien- dijo Michael dándole la mano al Rey Polar, que descansaba en una camilla, que estaba siendo transportada por varios de los soldados de sus tropas.
Michael no se separaba del lugar donde se encontraba su padre, y casi tiraba de los ropajes de los soldados para que avanzaran más lento.
Nancy y yo caminábamos varios metros por detrás de ellos, hablando tranquilamente.
Muchos dirían que después de la tempestad, venía la calma. Y así había sido.
El Rey había despertado cuando varias tropas entraban en la sala del trono, buscándonos a Michael y a mí.
En un momento, varios soldados habían depositado el delicado cuerpo del monarca en una camilla, y habían salido corriendo a través de los pasillos de Palacio:
- Creía que había muerto. No respondía, John. Ha sido un milagro, no me lo acabo de creer- Nancy avanzaba dando tumbos por el corredor, mientras se recogía su melena castaña en una práctica coleta de caballo.
- No hay que pensar en eso. Se ha salvado y eso es lo más importante. Lo que no logro entender es como ha estado tantos días sin comer y nadie ha hecho nada para evitar que ocurriera una desgracia.
- John, lo hemos intentado. Pero siempre que acudía con una bandeja repleta de comida, el secretario del rey nos decía claramente que no quería comer, y no podíamos hacer nada.
- El Rey no sería capaz de hacer esto. Todavía no había tirado la toalla como para querer desaparecer de este mundo.
- No sé, John. Todo esto es muy extraño- añadió, en el momento en que girábamos para internarnos en otro de los corredores de Palacio, justo donde me había encontrado con aquel Intermedio. Todavía no lograba alejar esa imagen de la cabeza.
Ojalá ese cabrón se estuviera pudriendo en el infierno, pensé para mis adentros.
Por otro lado, no podía dejar de pensar en la princesa. Esos ojos azules como una azul ola de esperanza o esos cabellos rubios que se movían con el viento cuando este aparecía.
Era como si conociera a la princesa desde que había nacido. Como si estuvieramos destinados a discutir, pensé riéndome:
- ¿ De qué te ríes? ¿ Te hace gracia todo lo que está pasando?- me reprendió Nancy mirándome firmemente a los ojos, con aquella carita regordeta.
- No, solamente recordaba cuando me encontré con la princesa en… el Limbo, ¿no?- no me hacía a la idea de que todo eso hubiera ocurrido realmente.
- ¿ Qué te decía mi niña? ¿ Cómo estaba?
- Estaba muy hermosa, aunque también muy a la defensiva, la verdad.
- No me digas. Siempre fue así. Era la princesa más solidaria de todas las que habían existido, pero tenía mucha fuerza y cuando algo le parecía mal, no dudaba en decirlo- Nancy miró hacia lo alto de la sala- ¿ Por qué han tenido que llevársela?
- Como tú misma me dijiste, aún hay posibilidades de encontrarla con vida. De momento, lo mejor será hablar con el Rey, aunque seguramente no sepa mucho de lo que está sucediendo si tuvo que recurrir a mi padre para solucionarlo.
A lo lejos, vimos a Michael, que corría hacía nosotros. De repente, se paró en seco, y comenzó a gritar:
- Ha hablado, ya está consciente. Daros prisa, tenéis que venir cuanto antes.


                       
                           *


Pronto, junto a Michael, llegamos a una gran estancia, rodeada de vitrinas, y con una gran cama de seda en el centro.
Al final de la habitación había un gran balcón compuesto esencialmente por varias estatuas y árboles helados, junto a diversos bancos de madera de pino.
Todo esto lo había averigüado mientras observaba antentamente a través de los cristales que actuaban de puerta hacia el balcón, en el momento en el que varios soldados depositaban de nuevo el cuerpo de Rey Polar en su confortable cama:
- Dejadme ya. Estoy bien. ¡ Por dios, podéis dejarme en paz ¡- comenzó a gritar el Rey intentando incorporarse.- Soldados de pacotilla, quién os habrá contratado.
- Lo siento, mi señor- añadieron los soldados al unísono, saliendo por la puerta ordenadamente.
- Papá, sigues igual que cuando te dejé. Tan cascarrabias como siempre- exclamó Michael acercándose hacia su padre.
Pero parecía que Michael no se había percatado de que su padre todavía no le había visto, y ocurrió exactamente como tenía que pasar.
El Rey se levantó de su cama sin pensarlo dos veces, y se lanzó al cuello de su hijo, llorando de emoción:
- Serás insolente. ¿Cómo te atreves a darme estos sustos, eh? Por dios, has vuelto. Estás vivo. Hijo, no sabes cuanto…- el monarca cada vez lloraba más, y sinceramente, parecía que nunca iba a parar-. Nancy, querida, ha vuelto.
- Sí, señor. Lo sé. Yo también estoy muy contenta por ello.
- Pero bueno, no deberías estar contenta. Deberías estar radiante y loca de felicidad, ¿a qué se debe eso? Debemos organizar una fiesta ya, ¡pero ya mismo!- exclamó abrazando de nuevo a Michael.
Se me escapó una pequeña carcajada cuando el Rey comenzó a bailar alrededor del príncipe y de la criada, rebosante de felicidad y energía. No podía creer que hubiera dado un cambio tan radical.
- Mi Rey, lo siento, pero no puedo dejar de pensar en Sophie. Hay noticias, y no muy buenas- susurró Nancy, examinando al Rey con tristeza.
El monarca finalizó su particular baile en el instante en que escuchó el nombre de su hija entre las palabras de la criada, y su rostro cambió hasta mostrar de nuevo el sentimiento que había contemplado cuando se encontraba desmayado en la sala del trono:
- ¿ Qué pasa con Sophie? Tienes que decírmelo, Nancy. Por favor, ¿ qué has averigüado?
- Eso tenéis que preguntárselo a John, majestad. Él es el que ha hablado con vuestra hija- dijo, señalándome orgullosa.
- ¿ John? ¿Quién ese John?
- Soy yo, señor. Soy el hijo de Reynold Final. Y sí, he hablado con vuestra hija- añadí nervioso cuando el Rey se giró para conocerme.
- John, así que tú eres el hijo de mi fiel amigo. No puedo creer que estés aquí. ¿Qué ha ocurrido con tu padre? ¿ Por qué no está él aquí?
En ese momento, tuve un presentimiento, una necesidad, no sabía como describirlo, pero debía abrazar al Rey, y el sintió lo mismo.
Avancé a paso lento hacia el monarca y le abracé con fuerza, como si fuera algo que tuviera que hacer. Desde la desaparición de mi padre, y el haber encontrado ese cuerpo calcinado había podido conmigo; y en algún momento tenía que derrubarme:
- Está muerto, ellos lo mataron- comencé a llorar en el momento en que terminé la frase, y rememoré el instante en el que había encontrado el cuerpo quemado.
- No, oh hijo mío. No te preocupes, todo va a salir bien- añadió, correspondiendo a mi abrazo-. No puede ser, él también no, por favor. ¿Qué ocurrió?
- Los soldados de Musfogn invadieron Lianel, y secuestraron a toda la población. Cuando fui a salvar a mi padre, nuestra casa estaba ardiendo y el cuerpo de mi padre estaba quemado en la cocina. Michael y yo lo enterramos y salimos del pueblo. No sabemos con exactitud si era su cuerpo, y si era una trampa del Reino del Fuego, pero no tuvimos tiempo para comprobarlo.
- Maldito Musfogn, hasta ahora no había actuado contra nosotros de una forma tan cruel. ¿Para qué quería ir a Lianel y esclavizar a sus aldeanos?
- Estaba buscando a Michael, y él estaba en mi pueblo. Sus secuestradores pertenecían al Reino del Fuego, contratados por…- no me atrevía a revelarle la verdadera cara de la Reina Aklis, aunque debiera-. Contratados por la Reina. Y Michael, al escapar de ellos, recurrió a Lianel para esconderse.
- Lo sabía, esa furcia estaba también detrás de esto. Ojalá en estos instantes se esté pudriendo en el infierno. ¡Cómo pude creer en ella todo este tiempo!
- Papá, ¿qué más ha hecho mi madre a parte de ordenar mi secuestro?
- Hijo, tu madre es la responsable de la desaparición de tu hermana, y no sé de cuántas cosas más. Tu madre no dejó de cometer atrocidades hasta la hora de su muerte.
- Como matar a la princesa- susurré reservadamente aunque el Rey me escuchó, por desgracia.
- ¿ Qué has dicho, jovencito?- gritó anonadado, junto a Michael que se había acercado a su padre, y que también me miraba intrigado.
- Me temo que Sophie se encuentra en el Limbo, y como Nancy ha dicho antes, he hablado con ella un par de veces.
- Lo sabía. Lo sabía. Pero no os preocupéis, no todo está perdido- añadió el Rey como si estuviera cavilando sobre algo realmente importante.
- ¿Qué quieres decir?- exclamamos Michael, Nancy y yo al unísono.
- Sé una manera de traer de vuelta a tu hermana, Michael. Pero me temo que no somos los únicos que conocemos el remedio a su muerte.


domingo, 1 de mayo de 2011

Capítulo V Revelaciones (Parte 1/2)

- John…- una voz retumbó en mi cabeza después de mi letargo-. ¿Estás bien? No debería de haberte dejado solo. Ni siquiera sabías a dónde ir. ¡Seré tonta!- sin pensarlo, reconocí la voz deNancy.

Intenté con todas mis fuerzas abrir los ojos, pero parecía que estuvieran cosidos. No comprendía nada en ese momento, y lo único que necesitaba eran respuestas.

No podía dejar de pensar en Sophie y en el monstruo que había intentado asesinarme, y tenía que averigüar todo lo relacionado con ese suceso.
- Nancy, no puedo abrir los ojos. No sé qué me pasa. ¡Ayúdame, por favor!

Antes de que pudiera volver a suplicar, dos manos recorrieron suavemente mis ojos, y temblorosas, comenzaron quitar la sustancia que me obstruía la vista. Según me lo quitaba, notaba una textura rugosa, que me irritaba la piel cada vez que se despegaba de mis párpados.

Sin pensarlo dos veces, intenté abrir de nuevo con fuerza el ojo que se había desprendido de esa sustancia, con éxito.

Un rayo de luz, que en ese momento cruzaba una de las vidrieras de Palacio, penetró rápidamente en la sala, e inundó todo mi campo de visión, devolviéndome la vista de sopetón.

Pronto, aquella sustancia también desapareció del ojo restante mientras Nancy, callada, continuaba tocándome los párpados, y pude contemplar completamente lo que me rodeaba.

Nancy estaba totalmente pegada a mí, y estaba casi a punto de llorar, ya que una fina lagrima se asomaba en sus lacrimales:
- Lo siento muchísimo, John. No sabía que te ocurriría algo malo. Fue un impulso, y tuve que salir corriendo a buscar a Michael.

- ¿ Qué dices? ¿ Qué me ha pasado?- grité, mientras aquella frase hacía eco en el silencio del corredor donde nos encontrábamos.

- John, te has golpeado la cabeza contra una mesa. Has estado a punto de morir. De hecho, ha habido un momento que creía que habías muerto, pero milagrosamente has vuelto a la vida- añadió la criada, mirándome extrañada.

- No puede ser. El aldeano, las plantas, Sophie… ha sido todo un sueño- por un momento, todas esas imágenes se cruzaron en mi mente sin que pudiera evitarlo.

- ¿ De qué estás hablando?

- Tengo que contarte algo. En mi sueño, o lo que quiera que haya sido, he visto a la princesa claramente. Y creéme, parecía muy real.

- Has visto a mi niña. Cuéntame todo lo que sepas, por favor- Nancy me miraba como un corderito degollado, como si llevara mucho tiempo esperando-. No me importa que haya sido un sueño, tienes que contármelo.

- La he visto y he hablado con ella. Estábamos en un pasillo de Palacio, y estaba muy oscuro. Un aldeano me perseguía, después de haber visto ese mensaje en la pared, y a todos esos muertos- parecía como si estuviera completamente loco. Nancy me miraba sin poder creer lo que estaba escuchando, aunque ella misma me hubiera rogado que se lo contara.

- ¿ Qué más? Tienes que decirme qué ocurría en tu sueño.

- Todo parecía muy real. Ni siquiera me di cuenta de que me había golpeado. Corría por los pasillos, y una luz englobó el corredor donde me encontraba. Había varios cuerpos inertes de los aldeanos, y un mensaje en sagre en el techo.

- ¿ Qué decía?

- Me advertía de que pronto toda la población acabaría muerta, y yo no podría hacer nada para remediarlo. Cuando menos lo esperaba, un aldeano se levantó de uno de los cúmulos, y comenzó a perseguirme. Parecía un completo enagenado.

- No puede ser, John…

- Entonces apareció Sophie, y me salvó utilizando varias plantas contra mi agresor. Pronto consiguió derrotarlo, y cuando pensaba entablar una conversación civilizada con ella, la muy engreída hizo alarde de sus poderes.

- Entonces es verdad. Todo era verdad.

- ¿ Qué quieres decir?- exclamé. Últimamente, todo el mundo me hablaba como si supiera todo lo que estaba ocurriendo, y me estaba empezando a hartar.

- Todo el mundo lo sabe. La reina siempre dijo que Sophie poseía los poderes legendarios, como los que controlaba Iliana.

- Lo sé, Nancy. Hace mucho que sé que la princesa puede usarlos. No es la primera vez que se me aparece.

- Tienes que contarme todo. Pero antes acaba con lo que ocurría en tu sueño.

- Al final de nuestra discusión, Sophie me tocó con ambas manos, y me envolvió en una luz, como la que había visto antes. Eso es lo último que recuerdo.

En ese momento,  Nancy miró directamente hacia sus manos, y profirió un grito, levantándose nerviosa. Su pelo descolocado se liberó de sus ataduras cuando se levantaba:

- Te tienen, John. Los Intermedios te tiene. Y no descansarán hasta volverte loco. No puede ser- Nancy se movía de un lado a otro de la estancia, mientras temblaba-. Ya nada puede salvarte. Estás condenado.





                                
- Hace mucho tiempo que existen. Antes de que todos nosotros pudiéramos imaginar. Puede decirse que nadie sabe exactamente cuándo surgieron. Sólo sabemos que siempre han estado al servicio del Reino de Fuego- dijo Nancy. Había logrado calmarse después de su ataque de histeria, y se disponía a contarme toda la historia.

- ¿ Y por qué? ¿ Quién los necesitaba, y por qué los he visto en un sueño?- desde que Nancy había nombrado a esas criaturas, todo se estaba tornando increíble.

- John, me temo que no ha sido un sueño. Has muerto al golpearte contra la mesa, y por alguna razón, has vuelto a la vida, después de permanecer unos instantes en el Limbo.

- ¿ Que qué? El Limbo no existe. No es más que una historia que aleja la idea de la muerte de la mente de muchas personas.

- John, sí que existe. Y ya lo has comprobado por ti mismo. Toda la gente que vive allí suele estar muerta. Sólo algunos logran pasar al otro lado, y dejar atrás su vida anterior.

- ¿ Qué quieres decir? Eso significa que Sophie está muerta. Ella fue la que me devolvió a la vida. Me tocó… y no recuerdo nada más, sólo despertarme aquí contigo- toda posibilidad de encontrar a Sophie con vida se estaba desvaneciendo en mi cabeza. No podía estar muerta-. Tiene que haber alguna manera de traerla de vuelta.

- No temas. Puede que todavía esté viva. No sólo los muertos van al Limbo. Hay excepciones de personas que están entre los dos mundos, inclinándose cada vez más hacia la balanza de la muerte. Cuando la balanza de la vida decae, no hay esperanza para esa persona. Si de verdad está muerta, no podré seguir viviendo. Estoy más interesada que tú en encontrarla con vida. Y si podemos salvarla de alguna manera, no podemos demorarnos.

- Necesito que me cuentes más sobre los Intermedios o como quiera que se llamen. Antes has dicho algo de que estaba perdido. ¿ Qué me quieren hacer? No permitiré que esos asquerosos me hagan daño.

- No podrás desafiarlos. Son los vigilantes del Limbo, y pueden atraerte hacia él sin que te des cuenta. Cuando consigues volver al mundo de los vivos, estás perdido. Harán cualquier cosa para volver a matarte y volverte tan loco que les supliques tu vuelta- Nancy me lo contaba como si un cuento se tratase, pero si de verdad era cierto, mi suerte tomaría una dirección inesperada. No sabría como combatir con ellos.

- ¿ Y cómo has averigüado lo que me había ocurrido?- repliqué. Ya era hora de enterarme de varias cosas que me estaba ocultando.

- Lo que tenías en los ojos era una clara señal de los Intermedios. Primero te van marcando hasta que deciden ir a por ti, cuando menos lo esperas. Durante tu tortura, te arrebatarán cada uno de tus sentidos, hasta el más doloroso.

- ¡Qué suerte! Así que ahora empieza lo bueno- añadí ironicamente. No permitiría que esas criaturas cambiaran mi pensamiento.

- No te lo tomes a risa. Es algo muy…- claramente algo interrumpió la frase de Nancy, que comenzaba a encaminarse hacia los pasillos siguientes.

Un grito resonó en todo el recinto procedente de la sala del trono, que se encontraba a pocos metros de nosotros:

- No, nos hemos entretenido demasiado, y hemos olvidado por completo a Michael. ¡ Vamos, Nancy!- sin pensarlo dos veces, la criada comenzó a correr junto a mí, directa a la desviación que llevaba a la sala del trono.

Juntos,  circulábamos rápidamente, esquivando todo tipo de objetos, como la mesa que había causado mi `muerte´.

Mientras corríamos, seguíamos oyendo varios gritos que no cesaban en ningún momento. Eran gritos de cólera y desesperación. Algo malo estaba a punto de suceder, lo presentía.

Todos lo pasillos que restaban a nuestra llegada estaban repletos de mesas con varios candelabros, aunque todos ellos estaban en el suelo:

- John, por favor. Tenemos que llegar a tiempo. No me perdonaría nunca que algo pasara, y que yo fuera la responsable- Nancy seguía corriendo a mi lado, y giraba la cabeza de un lado a otro, buscando alguna pista.

Ya quedaba poco para llegar a nuestro destino, y mi corazón pronto explotaría si no encontrábamos a Michael pronto.

Viramos hacia el último pasillo que nos separaba de la sala del trono, en el cual ésta se encontraba justo en el centro, precedida por un gran portón de hierro y oro forjados, entre varios detalles de hielo.

La puerta estaba entornada, y la sala totalmente oscura en su interior.

Nancy entró corriendo, y avanzó por la alfombra que llegaba al trono.

Aunque la sala estuviera oscura, no fue un impedimento para la criada, ya que se perdió entre las columnas que rodeaban la sala del trono, que difícilmente podría reconocer a lo lejos,

Yo permanecí unos instantes en el umbral, y cuando no tenía otra opción, decidí entrar tras los pasos de Nancy. Estar allí fuera no me daba muy buena espina, y no quería que algún bicho raro me atacara.

La sala era enorme, y los gritos seguían sonando en el trono, a lo lejos de donde nos encontrábamos.

Escuchaba los pasos de Nancy, pero no lograba reconocer dónde se encontraba,y decidí seguir sus pasos.

La poca luz que había en la sala entraba difícilmente por las vidrieras que se encontraban a ambos lados de las paredes.

Ya estaba harto de todo el mundo. Primero los secretos, luego me dejaban solo a la primera de cambio, y encima yo tenía que proteger el reino y todas esas chorradas.

Seguía avanzando de columna en columna, hasta que me golpeé fuertemente contra alguien, que se escondía en el mismo poste:

-     Uy, pero si estás aquí, Nancy. Creía que ya estabas a kilómetros de aquí- susurré en el momento en que reconocí a la criada.

-     Cállate, no hagas ruido.

-     Esto ya es demasiado, encima me mandas callar- añadí enfurecido.

-     No podemos hacer ruido. No sabemos quién está en la sala del trono.

De repente, varias antorchas fueron encendiéndose sin que pudiéramos percatarnos antes de que en ellas irradiaran unas grandes llamas de fuego.

Por fin la sala del trono se iluminó, y a lo lejos vislumbramos como Michael, tirado en el suelo, sujetaba un cuerpo.

Nancy y yo comenzamos a desplazarnos hasta el trono, que al igual que el resto de la sala, estaba alumbrado por una gran lámpara de fuego que se mantenía en lo alto del trono:

- Es el rey. No puede ser- Nancy avanzó hacia Michael, que pronunció otro grito según su criada se acercaba a su posición.

Varios sollozos siguieron según Nancy llegaba al lugar donde se encontraba el príncipe:

- Michael, no te preocupes. Por favor, cálmate- dijo Nancy, agachándose junto al príncipe-. Se va a poner bien.

- Papá, vuelve por favor. Por favor, no puedes morir- el joven comenzó a zarandear el cuerpo inerte de su padre, que respiraba lentamente, haciendo caso omiso de las palabras de la criada.

El rey mostraba un aspecto deplorable. Toda su ropa estaba manchada y rasgada, y su extrema delgadez produjo que se me hiciera un nudo en el estómago y tuviera que retirar la vista.

Además, el rostro del monarca mostraba una tristeza que pocas personas conocían, como cuando había perdido a mi madre.

- Por favor, dios. Ayúdale.

Michael seguía repitiendo esas palabras varias veces, y comenzó a intentar reanimar a su padre mientras las recitaba una y otra vez.

Nancy, Michael y yo permanecimos un instante después de que el príncipe terminara de reanimarlo, esperando alguna respuesta.

Ese momento, seguramente, fue el más difícil de la vida de Michael, y transcurrió lentamente mientras nos mirábamos los unos a los otros.

- No puede ser. Por favor, majestad, reaccione- susurré mirando el aspecto triste del rostro del rey, mientras una pequeña lágrima comenzaba a surgir en mis ojos.

Nancy, que había permanecido levantada, dándole la mano a Michael, se derrumbó y cayó al suelo, comenzando a llorar:

-     Él no, no se lo merece. ¿ Por qué, por qué?- la criada susurraba, desconsolada y mirando fijamente al suelo.

No parecía que fuera a haber alguna respuesta. Sin embargo, en el exterior de la estancia, los gritos de los aldeanos se escuchaban con mucha más claridad.

Pero entonces, una respiración entrecortada resonó en toda la sala del trono, en el momento en que varios soldados entraban corriendo en ella.