martes, 12 de julio de 2011

Premio "Destellos brillantes en el cielo azul''

Las normas por ser premiado/a:

1- Publicar en el blog una entrada en la que se anuncie lo siguiente:


  • El nombre de la persona que te ha premiado y su enlace en blog.
  • Premiar a seis personas, cuyos blogs te parezcan buenos, dejando su nombre y enlace al blog.
  • Colocar la imagen del premio en la entrada.
  • No premiar a nadie que ya haya recibido este premio.
  • Especificar en la entrada que hay que anunciar todas las normas cada vez que se premie a alguien.
  • Contar tu mayor sueño.
2- Si no se acepta el premio se debe avisar a la persona que te premio para poder premiar a otro.








Bueno, muchísimas gracias a Adriana o Nanna Doyle, autora de Rastreadores de dragones :) Aquí tenéis el blog y es muy, muy recomendable  Rastreadores de dragones 
Y, en serio, que no me lo esperaba. Y es muy importante que gente me de premios por mi novela. GRACIAS


Y aquí los seis blogs que son los premiados por mí:
- Gaby por  El Último Guardián, que es un blog impresionante y con una novela genial. Totalmente recomendable.
- Diana Kirta Palace Escritora por su blog La Dama Lobuna en especial su historia Lobos de Marfil, que me encanta.
- Athenea Escritora por su blog  Fight for Rock que, de lo poco que he leído, me gusta muchísimo. Y además está escrito por una gran 
persona.
- Inés García por Blog de jóvenes escritores, que me ha ayudado mucho y cuyo blog está genial. 
- Fuen por su blog Paradoxicalus, y por haber sido tan buena persona leyendo mi libro y mostrando su interés. 
- Y por último aunque no menos importante a Claro de Luna, cuyo blog Claro de Luna me encantó cuando lo leí y espero seguir haciéndolo cuando pueda.
Aquí están todos los premiados, y de nuevo doy las gracias por el premio. No sabía muy bien a quién poner así que si alguno se me ha pasado lo siento mucho. Porque todos nos merecemos un premio por esforzarnos haciendo estos blogs tan increíbles y creando historias tan geniales.
GRACIAS

miércoles, 6 de julio de 2011

Capítulo VII Elixir de amor (Parte 4/4)

El viaje hacia el bosque que me había indicado Michael fue bastante corto. Según me dijo antes de partir, recibía el nombre de “El bosque ambulante’’ debido a que todos los comerciantes lo recorrían a la hora de repartir sus productos por todo el Reino Helado.
Pero, para mí, era un bosque exactamente igual al los que había conocido durante mi corta vida.
Sin embargo lo que no me imaginaba es que allí iba a ocurrir algo muy importante para mi futuro y para el resto de mis acompañantes, indirectamente.
Según descendíamos hacia un claro donde aparcar mi helado, Bibí comenzaba a vomitar sin poder evitarlo. Durante la breve travesía, el animal no había hecho nada más que gritar y expulsar todo lo que podía por la boca. Y eso que me decía que estaba acostumbrado. Una leche, pensé cuando arrojaba a Bibí al suelo nada más llegar:
- Será mejor que la próxima vez te mentalices, y no me mientas. Si no te hubieras negado a ir con Michael, esto no habría pasado- le espeté, lanzándole una mirada como reprimenda.
- No habrá próxima vez, John. Le juro que no volveré a hacerlo, pero quiero ir con usted en el helado durante nuestra aventura. Necesito acostumbrarme y así poder adquirir uno antes de que se agoten.
No lo había pensado. Cuando no hubiera más helados voladores, nunca volverían a ser fabricados si mi padre no volvía. Reynold habría querido que yo continuase con su labor, pero la verdad era que desconocía completamente la forma de construirlos. Y, por un momento, sentí que lo único que estaba haciendo era decepcionar a mi padre:
- No puedo negártelo, Bibí. Pero, por favor, no me des un viaje como este. No podré aguantarlo- le dije, riéndome estrepitosamente e intentando así olvidar todo lo relacionado con mi progenitor.
Al instante Bibí dejó escapar una pequeña carcajada, y no pudo evitar reírse también.
Pero no podíamos distraernos bromeando sobre cosas absurdas cuando lo que precisamente no teníamos era tiempo. Rápidamente pegué un salto y comencé a caminar, con Bibí siguiéndome muy de cerca.
A pocos metros vislumbré la entrada al “bosque ambulante’’, y aumenté la velocidad provocando la desesperación del pequeño puerco-espín. Y según nos internábamos en el bosque fui recorriendo con mi vista cada árbol, admirando la belleza del lugar donde nos encontrábamos.
Intenté enderezarme y tomé una larga bocanada de aire antes de continuar caminando. Sentí el aire entrando en mis pulmones y una gran satisfacción me embargó. No obstante, cuando me encontraba lo suficientemente serenado, el ruido provocado por un caballo que penetraba en ese momento en el bosque arruinó mi tranquilidad.
En el instante en que el sonido provocado por los cascos del corcel se hizo más evidente, observé como se internaba en el bosque y pude reconocerlo. Era Teddy, cabalgado por Michael. No podía creerlo. Ningún corcel había superado nunca en velocidad a los helados voladores. Y además, el príncipe debería haber llegado dentro de media hora como poco.
Pero no tuve tiempo para preguntarle. Porque algo provocó una sacudida en mi mente y me desmayé en el el momento, como si algo o alguien hubiera penetrado en mi cabeza.





                                *



 Cuando desperté sólo pude vislumbrar unos preciosos ojos azules como el mar, que me observaban con una mezcla de confusión y a la vez indignación. Sin ni siquiera poder reconocer a mi acompañante, supe de quién se trataba: la princesa Sophie.
Me acosumbré al ambiente en el que me encontraba y no dudé en levantarme, pero mis piernas me jugaron una mala pasada. Intenté evitar la caída para no hacer el ridículo ante la atenta mirada de la joven pero lo único que conseguí fue resbalarme e ir a parar, de nuevo, a la oscuridad que inundaba el suelo.
Inconscientemente, antes de levantar la vista, me maldije varias veces por mi torpeza. Seguramente a la princesa el único sentimiento que le inspiraba en aquel momento era lástima. Y daba gracias a los dioses de que Sophie no hubiera comenzado a reírse tras mi caída.  Al fin logré incorporarme en el suelo y, antes de levantarme definitivamente, me percaté de que me encontraba en el bosque donde me había desmayado. Junté cabos y descubrí que Sophie siempre se me aparecía en el lugar donde estaba en ese momento. Con lo que el Limbo era un lugar cambiante. No entendía nada, absolutamente nada. Pero eso no era lo más importante ahora.
Sin pensarlo ni un solo instante, fijé mi mirada en Sophie e intenté sonreír para calmar el ambiente que sentía tan tenso. Pero, de repente, recordé las palabras del Rey Polar y me fue imposible fingir una mísera sonrisa.
Sabía de sobra lo que tenía que hacer a partir de ahora: enamorarla. Aun así, no estaba muy seguro de poder mentirle sobre aquello. Sería demasiado cruel enamorar a la joven y obligarla a pensar que yo sentía exactamente lo mismo por ella.
Por un momento pensé en comenzar a hablar y realizar mi trabajo como se me había encargado, pero no pude. Sin embargo tampoco hizo falta porque ella ya estaba gritando con todas sus fuerzas:
- ¡Te dije que no volvieras, pedazo de inútil!- me aulló, levantándome de la hierba cubierta de rocío.
Por un momento, y después de escuchar sus absurdas reprimendas, recordé todo el odio que había sentido hacia ella aquella vez que me salvó en el Palacio. Parecía que la joven princesa no estaba acostumbrada a tratarme con respeto, y estaba dispuesto a cambiar aquello lo antes posible. Con un rápido movimiento retiré todos los restos de hojas que había sobre mis ropajes, y noté también la acción del rocío en mis pantalones. Y, después de tomar una bocanada de aire disimuladamente, le respondí:
- Perdona pero no he sido yo quien ha decidido volver, princesa- proferí, indignado esta vez. No tenía ninguna culpa de que los Intermedios o quien fuera que me había transportado de vuelta al Limbo quisiera trastornarme.
- ¿Entonces quién te ha traído hasta aquí? ¿Acaso has venido por arte de magia?
- No, Sophie. Sabes de sobra quién lo ha hecho- desconocía si la joven estaba al tanto de todo aquello, pero estaba dispuesto a averiguar de una vez por todas todo lo que me estaban ocultando-. Los Intermedios. Y creo que también sabes por qué me han traído. Para transformarme en un completo enajenado.
El rostro de la princesa cambió y sentí como cada uno de sus músculos se tensaban ante mi revelación. Eso sólo podía significar que sabía perfectamente de qué le estaba hablando:
- No…- susurró, intentando calmar la voz para que no me percatara de sus más que evidentes nervios.
No tenía en cuenta que me hubiera enterado de todo. E iba a aprovechar la ocasión para averiguar todo lo que el Rey Polar se había negado a desvelarme.
Aunque no me resultaba algo cómodo, agarré el brazo de Sophie con fuerza y la atraje hacia mí, ya que cada instante se estaba alejando más de mi posición:
- No, ¿qué? ¿Eh, princesa? ¿Qué va a hacer ahora?.¿Escabullirse del tema como si nada? Sé de sobra que sabe algo sobre mí. No se cómo, pero lo sabe. Al igual que su padre.
- ¡Suéltame, inútil!- gritó de nuevo, esta vez golpeándome sin ningún miramiento para librarse de mí.
- No- susurré tranquilamente, mostrando el poco temor que me inspiraba aquella muchacha tan indefensa.
- ¡He dicho que me sueltes!
Y, sin embargo, no me dejó decir nada más. Porque, con un leve movimiento, me agarró de la cintura y me llevó hacia un árbol, golpeándome la espalda contra la corteza dura y húmeda:
- No pienso responder a ninguna de tus preguntas. No es usted ningún Dios para imponerme nada. ¿Me entiendes, John Final?- añadió mientras me oprimía el cuerpo con sus manos.
- No, princesa. Y será mejor que vayas acostumbrándote a mis preguntas. Porque tengo varias cosas que decirte- le aparté la mano de mi cintura, y agarré la suya con fuerza.
Sophie se revolvió durante unos instantes y, al comprobar que no podía hacer absolutamente nada para librarse de mí, se golpeó contra el árbol como señal de indignación:
- John, me estás haciendo daño.
- No creo.
Después de esto, me acerqué un poco más hacia ella. Si lograba estar más próximo a Sophie, quizá lograra atemorizarla. Y así podría obligarla a contarme todo lo que sabía.
Sin embargo noté su cuerpo rozando el mío y un gran impulso pareció apoderarse de mi cuerpo durante ese momento. Su cabello rubio comenzó a acercarse a mi rostro y sentí la necesidad de colocárselo detrás de la oreja. Desconocía lo que me estaba ocurriendo pero sólo sabía que no podía detenerme tan fácilmente.
La observé fijamente y su belleza me deslumbró. Reparé en sus labios, esos labios carnosos que sólo me incitaban a hacer una cosa.
Y sin pensarlo ni un mísero momento, aparté sus cabellos de mi rostro. Se los coloqué detrás de la oreja y acerqué mis labios a los suyos mientras ella me miraba intensamente a los ojos. Una fuerza magnética parecía arrastrarme hacia ella y no pude resistir la tentación. Mis labios comenzaron a rozar los suyos y, tras aproximar aun más su cuerpo contra el mío, la besé apasionadamente.

domingo, 3 de julio de 2011

Capítulo VII Elixir de amor (Parte 3/4)

Cuando el Rey soltó aquellas palabras por la boca, Michael y Bibí se quedaron atónitos, fijando su mirada aun más en mí. En el momento en que escuché la frase, no podía creer lo que estaba oyendo, pero el aspecto de mis compañeros me lo confirmó.
¿Enamorarla era la única solución? No podía creerlo, pero lo peor era que no sabía cómo hacerlo. Y a juzgar por los rostros que estaba viendo, mi única salvación era terminar la misión incluido la seducción hacia la princesa. Durante las últimas horas había pensado mucho en Sophie, pero nunca habría imaginado que yo fuera el responsable directo para resucitarla. No comprendía por qué yo la veía en sueños y los demás no. La princesa no me conocía de nada y podría haber elegido a su hermano, a su padre, o a cuaquier persona menos yo.
Pasaron varios instantes antes de que alguien se decidiera a hablar, después de la “bomba’’ que acababa de comunicarnos el Rey Polar. Y como no, fue Michael quien comenzó a hablar ante la todavía mirada incrédita de Bibí:
- ¿Tú? ¿Con mi hermana?- las primeras palabras no podían ser otras, pensé-. ¿Estás seguro, padre?- inquirió de nuevo el príncipe cuando su padre asintió con la cabeza.
- Sí, hijo. Cuando John nos contó sus experiencias con Sophie estuve totálmente seguro- el Rey me miró expectante y me preguntó-. ¿Aceptas ayudarnos de esa manera? No voy a obligarte pero es la única solución.
- Majestad, la cuestión no es si acepto o no. Pero, ¿por qué he tenido que ser yo el que soñara con ella? Y, ¿me puede decir por qué tenía sospechas antes de que le contara lo de mis sueños? ¿Qué está ocurriendo aquí?- mi voz resonó en toda la sala y Bibí me propinó un pequeño golpe en la espalda para tranquilizarme.
- Me temo que no puedo decírtelo. Fuera de la desaparición de mi hija hay cosas del pasado que no puedo revelarte, hijo mío. Sólo sé que hay una razón para todo esto, pero no es mi deber contártelo- otra vez con secretos. Estaba claro que yo era especial para la princesa de algún modo que se me escapaba. Y aunque el Rey se negara, acabaría averiguándolo todo.
- Le ayudaré porque su hija no tiene la culpa de los errores que sus padres cometieron en el pasado. Pero quiero que sepa que me enteraré de todo, y cuando tenga la verdad en mis manos me oirá y me explicará todo con pelos y señales- pero no pensaba hacer todo esto a cambio de nada. Todavía tenía muy presente a mi padre y no descansaría hasta encontrarle vivo, o hasta saber a ciencia cierta que estaba muerto-. Y además, tengo una condición. Le ayudaré si logra encontrar a mi padre, y descubre por qué fueron a por toda la población de Lianel, a parte del motivo evidente.
- Está bien. Pero eso ya lo tenía presente. Reynold es uno de mis mejores amigos, y siempre me ha apoyado. Así que moveré cielo y tierra hasta encontrar la respuesta, ¿lo has entendido? Hasta el último aliento. Mañana mismo mandaré a varias patrullas en busca de la verdad, John. Y cuando tengamos noticias de tu padre, les ordenaré buscaros- el rostro del monarca se tornó rojo mientras una de sus venas se hacía notar en su cuello, como si estuviera cerca de explotar.
- Tenía que asegurarme, majestad. Si acepta mi condición, me temo que debemos irnos cuanto antes- le hice una leve reverencia al Rey y me giré directo a la puerta-. Michael y Bibí, vamos.
- ¿Pretendes irte de aquí sin ni siquiera saber a dónde ir?
Cuando no había dado ni dos pasos, eché la vista atrás y retorné a mi posición, al ver que mis compañeros ni siquiera se habían movido. Por un momento se me había olvidado que no conocíamos el paradero de la princesa:
- Lo siento. Por un momento sólo pensé en salir de aquí y buscarla. Pero no me había parado a pensar en dónde- Bibí se acercó de nuevo hacia mí y se sentó mirando hacia el Rey, expectante.
- Veo que tienes prisa en encontrar a mi hija. Eso es bueno, John. Pero no olvides que no será fácil enamorar a la princesa. Y ya sabes lo que ocurrirá si no lo logras a tiempo.
- Sinceramente no creo que mi hermana se enamore de semejante…criatura- susurró Michael. La idea de verme con la princesa no era de su agrado, y no se estaba esforzando por ocultarlo.
- Cállate, hijo. Espero que no seas una carga para John. Porque la vida de tu hermana está en juego. Y su misión es enamorarla. No estar con ella el resto de su vida- y eso esperaba yo. Porque no pensaba llegar a más en todo aquello.
Michael no contestó y permaneció pensativo el resto de la conversación hasta que el Rey se decidió a contarnos el paradero del cuerpo de Sophie.
Antes había nombrado un lugar, un Santuario. Pero no le había dado demasiada importancia. Sin embargo, en ese momento, sólo deseaba enterarme de ello.
El monarca se acercó más a mí al igual que Michael, que decidió unirse a mí y a Bibí. El pequeño puerco-espín se aproximó más a mis piernas, dejando hueco al joven príncipe:
- Hijo, tú conoces ese lugar. Con lo que es más fácil que lleguéis a él. No contaba con que aparecieras y ayudaras a John. Pero ha sido una suerte que te encontraras con él en Lianel. Una suerte y una inmensa satisfacción- dijo el monarca, dedicándole a Michael una pequeña sonrisa en la que transmitía su alegría al ver a su hijo de vuelta.
Y cuando parecía que el Rey no fuera a revelarnos nunca el paradero de Sophie, lo dijo de sopetón:
- Está en el Santuario de los Dioses, Michael. Ese lugar donde descansan los cuerpos de todos los monarcas del Reino. Y donde está enterrada tu madre.
Había oído hablar de él, y no pensaba que fuéramos a llegar tan fácilmente.
El Santuario se encontraba en lo alto de la Cordillera Sagrada, en una de las montañas más altas del Reino. Cuando alguien de la realeza fallecía, todos sus familiares le llevaban allí. El viaje, según decían, duraba una eternidad ya que solían viajar a pie.
Y lo peor de todo es que era el lugar donde la princesa Iliana había sido asesinada a manos de un soldado del Reino del Fuego. Muy pocas personas se atrevían a escalar la montaña después de lo sucedido. Porque el cuerpo de la antigua princesa había sido encontrado magullado y despedazado. Nunca se había oído hablar acerca de criaturas malignas en el Santuario.
Pero alguien tenía que haberle hecho esa abominación al cadáver de la pobre princesa.



                                            *


Después de que el Rey nos desvelara el paradero de Sophie, todo sucedió demasiado rápido.
El monarca se arrojó sobre su hijo y contemplé como varias lágrimas comenzaban a surgir de sus ojos. Le entendía perfectamente ya que no hacía ni un día que había vuelto a ver a Michael después de tanto tiempo, y ya tenía que volver a despedirse de él. De todos modos hubo un detalle que me extrañó. El Rey Polar nos miraba como si no nos fuera a ver en mucho tiempo. Y aquello era lo suficientemente insólito como para hacerme pensar que nuestro viaje duraría más de lo que tenía en mente. Pero no me dio tiempo a continuar pensando en aquello ya que la emotiva despedida de Michael y su padre me sacó completamente de mis cavilaciones.
El joven había correspondido a su abrazo y aunque intentaba ocultarlo, una pequeña lágrima comenzaba a desplazarse por su mejilla. Bibí, al igual que yo, permanecía junto a mí observando la escena.
Cuando parecía que el Rey Polar nunca iba a dar por finalizado ese abrazo, Michael empezó a separarse de él:
- Hijo, temo que algo te ocurra en la búsqueda de tu hermana. Si no vuelves conmigo, nunca podré perdonármelo. No después del tiempo que te han mantenido separado de mí.
Era algo evidente la culpa que el monarca cargaba sobre sus hombros con respecto al secuestro de su hijo, pero tarde o temprano tendría que aceptar que hizo todo lo que estuvo en su mano para solucionarlo. Michael, reparando en la tensión de su padre, agarró con fuerza una de sus manos y comenzó a hablar:
- Padre, juro por los dioses que haré absolutamente todo lo que esté en mi mano para recuperar a Sophie y traerla de vuelta. Y por mí no se preocupe, sé cuidar de mí mismo- añadió, dedicándole una leve sonrisa a su padre para así lograr que se tranquilizara-. Ahora, después de todos estos años, no permitiré que nadie vuelva a retenerme en contra de mi voluntad.
- Estoy seguro de que así será, hijo mío. Y si alguna vez vuelve a ocurrir, espero que sepas que daré mi vida para recuperarte.
Tras estas palabras, padre e hijo volvieron a fundirse en un abrazo. Y después de unos segundos, Michael se soltó de nuevo y avanzó hacia la salida de la sala del trono.
- Adiós, padre- dijo Michael, deteniéndose a escasa distancia de la puerta por la que se accedía a la sala donde nos encontrábamos.
- Adiós, hijo.
El rostro del Rey Polar, aunque continuaba mostrando la tristeza que resultaba para él volver a dejar marchar a Michael, cambió durante unos segundos para mostrar una gran sonrisa.
Yo, que no sabía que hacer en aquel instante, opté por hacer una reverencia ante el monarca, y Bibí hizo exactamente lo mismo:
- Ha sido un completo placer conocerle, majestad- dijimos Bibí y yo al unísono, levantándonos tras nuestra corta reverencia.
- El placer ha sido mío.
Y, sin que permitiera alguna palabra más por parte del monarca, me giré y comencé a caminar en dirección al lugar donde se encontraba Michael. Bibí, después de despedirse por última vez del Rey Polar, empezó a corretear para alcanzarme. Sin embargo, algo me detuvo:
- John.
Escuché la clara voz del Rey y, automáticamente, viré de nuevo en su dirección. Sus ojos parecían analizarme como a un completo extraño y, cuando creía que no nos dejaría marchar, me dedicó su última frase:
- Por favor, cuida de mi niña.
Sin pensarlo ni un mísero instante, respondí algo que surgía directamente de mi corazón:
- Tenga por seguro que lo haré. No dejaré que nada malo le ocurra.
Y, de nuevo, comencé a caminar hacia Michael, que hizo ademán de volver a abrazar a su progenitor pero se contuvo lo suficiente como para despedirse con un gesto de mano mientras sonreía.
Y aunque sabíamos que el monarca se sentía triste por nuestra marcha, atravesamos el umbral para no volver atrás. Teníamos bastante claro que queríamos salir cuanto antes en busca de Sophie pero todas la personas que allí se encontraban intentaron despedirse de Michael, lo que evitó nuestra repentina marcha.
Nancy, que caminaba por los corredores impaciente, nos besó y envolvió con sus brazos, y se encargó de no soltarnos en mucho tiempo.
El resto de las criadas, un sólido grupo de jóvenes, también mimaban a Bibí mientras éste sólo les dedicaba miradas de enfado, al verse tratado como un niño recién nacido.
Y en menos de lo que pudimos percatarnos, los tres nos encontrábamos a las puertas de la muralla que se cerraba a nuestras espaldas, dejando atrás la ciudadela y todo lo que había sucedido estos últimos días.
Con respecto a las calles, la poca gente que ya se encontraba en ellas se congregó en la Plaza para despedirse de nosotros, en especial de su príncipe.
Cuando las grandes puertas se cerraron definitivamente, Michael señaló hacia un lugar cercano donde un corcel resplandeciente y mi helado volador descansaban junto a la muralla. Michael y yo caminamos hacia ellos junto a Bibí , que ya había alcanzado mi helado y trepaba hacia los asientos con una mueca de ilusión.
El caballo de Michael, cuyo pelaje mostraba una mezcla de castaño y varias zonas de negro penetrante, nos observó atentamente, en especial al pequeño puerco-espín que le era totalmente desconocido:
- ¿Puedo ir contigo, por favor?- preguntó ansioso Bibí, poniendo ojitos de cordero degollado e ignorando al caballo.
- Vale, pero te advierto que este aparato va a mucha velocidad y puedes asustarte- esperaba que Michael nos guiara hacia el Santuario, porque nunca había estado allí. Y respecto a Bibí, estaba claro que tendría que ir conmigo, aunque sólo fuera por cumplir sus deseos.
- Estoy acostumbrado- dijo, no muy convencido, mientras se subía finalmente a mi helado y me dejaba un pequeño hueco en las pieles que actuaban de asiento sobre el alargado fragmento de madera.
Michael se subió a su caballo, dándole unos leves golpecitos en el cuello a modo de saludo. Debió de ser el que había llevado el día de su secuestro. Y seguramente estaba muy encariñado con él. Según le escuché llamarle, su nombre era Teddy.
A su vez me monté en mi helado, arrastrando a Bibí hacia la parte trasera de éste. Y aunque comenzó a quejarse por no poder disfrutar de las vistas del vuelo en primera fila, le ignoré. Yo era el conductor y si el puerco-espín estuviera delante, no me permitiría vislumbrar absolutamente todo lo que necesitaba.
Con varias frases nos despedimos y acordamos descansar en un bosque cercano, ya que no habíamos tenido mucho tiempo para dormir y yo, sinceramente, estaba extenuado.
Con un leve movimiento puse en marcha mi helado y sentí como comenzábamos a coger altura. En poco tiempo salimos expulsados hacia el cielo, mientras Bibí gritaba como un trastornado y dejábamos atrás a Michael, que se reía de nuestra situación.