El viaje hacia el bosque que me había indicado Michael fue bastante corto. Según me dijo antes de partir, recibía el nombre de “El bosque ambulante’’ debido a que todos los comerciantes lo recorrían a la hora de repartir sus productos por todo el Reino Helado.
Pero, para mí, era un bosque exactamente igual al los que había conocido durante mi corta vida.
Sin embargo lo que no me imaginaba es que allí iba a ocurrir algo muy importante para mi futuro y para el resto de mis acompañantes, indirectamente.
Según descendíamos hacia un claro donde aparcar mi helado, Bibí comenzaba a vomitar sin poder evitarlo. Durante la breve travesía, el animal no había hecho nada más que gritar y expulsar todo lo que podía por la boca. Y eso que me decía que estaba acostumbrado. Una leche, pensé cuando arrojaba a Bibí al suelo nada más llegar:
- Será mejor que la próxima vez te mentalices, y no me mientas. Si no te hubieras negado a ir con Michael, esto no habría pasado- le espeté, lanzándole una mirada como reprimenda.
- No habrá próxima vez, John. Le juro que no volveré a hacerlo, pero quiero ir con usted en el helado durante nuestra aventura. Necesito acostumbrarme y así poder adquirir uno antes de que se agoten.
No lo había pensado. Cuando no hubiera más helados voladores, nunca volverían a ser fabricados si mi padre no volvía. Reynold habría querido que yo continuase con su labor, pero la verdad era que desconocía completamente la forma de construirlos. Y, por un momento, sentí que lo único que estaba haciendo era decepcionar a mi padre:
- No puedo negártelo, Bibí. Pero, por favor, no me des un viaje como este. No podré aguantarlo- le dije, riéndome estrepitosamente e intentando así olvidar todo lo relacionado con mi progenitor.
Al instante Bibí dejó escapar una pequeña carcajada, y no pudo evitar reírse también.
Pero no podíamos distraernos bromeando sobre cosas absurdas cuando lo que precisamente no teníamos era tiempo. Rápidamente pegué un salto y comencé a caminar, con Bibí siguiéndome muy de cerca.
A pocos metros vislumbré la entrada al “bosque ambulante’’, y aumenté la velocidad provocando la desesperación del pequeño puerco-espín. Y según nos internábamos en el bosque fui recorriendo con mi vista cada árbol, admirando la belleza del lugar donde nos encontrábamos.
Intenté enderezarme y tomé una larga bocanada de aire antes de continuar caminando. Sentí el aire entrando en mis pulmones y una gran satisfacción me embargó. No obstante, cuando me encontraba lo suficientemente serenado, el ruido provocado por un caballo que penetraba en ese momento en el bosque arruinó mi tranquilidad.
En el instante en que el sonido provocado por los cascos del corcel se hizo más evidente, observé como se internaba en el bosque y pude reconocerlo. Era Teddy, cabalgado por Michael. No podía creerlo. Ningún corcel había superado nunca en velocidad a los helados voladores. Y además, el príncipe debería haber llegado dentro de media hora como poco.
Pero no tuve tiempo para preguntarle. Porque algo provocó una sacudida en mi mente y me desmayé en el el momento, como si algo o alguien hubiera penetrado en mi cabeza.
*
Cuando desperté sólo pude vislumbrar unos preciosos ojos azules como el mar, que me observaban con una mezcla de confusión y a la vez indignación. Sin ni siquiera poder reconocer a mi acompañante, supe de quién se trataba: la princesa Sophie.
Me acosumbré al ambiente en el que me encontraba y no dudé en levantarme, pero mis piernas me jugaron una mala pasada. Intenté evitar la caída para no hacer el ridículo ante la atenta mirada de la joven pero lo único que conseguí fue resbalarme e ir a parar, de nuevo, a la oscuridad que inundaba el suelo.
Inconscientemente, antes de levantar la vista, me maldije varias veces por mi torpeza. Seguramente a la princesa el único sentimiento que le inspiraba en aquel momento era lástima. Y daba gracias a los dioses de que Sophie no hubiera comenzado a reírse tras mi caída. Al fin logré incorporarme en el suelo y, antes de levantarme definitivamente, me percaté de que me encontraba en el bosque donde me había desmayado. Junté cabos y descubrí que Sophie siempre se me aparecía en el lugar donde estaba en ese momento. Con lo que el Limbo era un lugar cambiante. No entendía nada, absolutamente nada. Pero eso no era lo más importante ahora.
Sin pensarlo ni un solo instante, fijé mi mirada en Sophie e intenté sonreír para calmar el ambiente que sentía tan tenso. Pero, de repente, recordé las palabras del Rey Polar y me fue imposible fingir una mísera sonrisa.
Sabía de sobra lo que tenía que hacer a partir de ahora: enamorarla. Aun así, no estaba muy seguro de poder mentirle sobre aquello. Sería demasiado cruel enamorar a la joven y obligarla a pensar que yo sentía exactamente lo mismo por ella.
Por un momento pensé en comenzar a hablar y realizar mi trabajo como se me había encargado, pero no pude. Sin embargo tampoco hizo falta porque ella ya estaba gritando con todas sus fuerzas:
- ¡Te dije que no volvieras, pedazo de inútil!- me aulló, levantándome de la hierba cubierta de rocío.
Por un momento, y después de escuchar sus absurdas reprimendas, recordé todo el odio que había sentido hacia ella aquella vez que me salvó en el Palacio. Parecía que la joven princesa no estaba acostumbrada a tratarme con respeto, y estaba dispuesto a cambiar aquello lo antes posible. Con un rápido movimiento retiré todos los restos de hojas que había sobre mis ropajes, y noté también la acción del rocío en mis pantalones. Y, después de tomar una bocanada de aire disimuladamente, le respondí:
- Perdona pero no he sido yo quien ha decidido volver, princesa- proferí, indignado esta vez. No tenía ninguna culpa de que los Intermedios o quien fuera que me había transportado de vuelta al Limbo quisiera trastornarme.
- ¿Entonces quién te ha traído hasta aquí? ¿Acaso has venido por arte de magia?
- No, Sophie. Sabes de sobra quién lo ha hecho- desconocía si la joven estaba al tanto de todo aquello, pero estaba dispuesto a averiguar de una vez por todas todo lo que me estaban ocultando-. Los Intermedios. Y creo que también sabes por qué me han traído. Para transformarme en un completo enajenado.
El rostro de la princesa cambió y sentí como cada uno de sus músculos se tensaban ante mi revelación. Eso sólo podía significar que sabía perfectamente de qué le estaba hablando:
- No…- susurró, intentando calmar la voz para que no me percatara de sus más que evidentes nervios.
No tenía en cuenta que me hubiera enterado de todo. E iba a aprovechar la ocasión para averiguar todo lo que el Rey Polar se había negado a desvelarme.
Aunque no me resultaba algo cómodo, agarré el brazo de Sophie con fuerza y la atraje hacia mí, ya que cada instante se estaba alejando más de mi posición:
- No, ¿qué? ¿Eh, princesa? ¿Qué va a hacer ahora?.¿Escabullirse del tema como si nada? Sé de sobra que sabe algo sobre mí. No se cómo, pero lo sabe. Al igual que su padre.
- ¡Suéltame, inútil!- gritó de nuevo, esta vez golpeándome sin ningún miramiento para librarse de mí.
- No- susurré tranquilamente, mostrando el poco temor que me inspiraba aquella muchacha tan indefensa.
- ¡He dicho que me sueltes!
Y, sin embargo, no me dejó decir nada más. Porque, con un leve movimiento, me agarró de la cintura y me llevó hacia un árbol, golpeándome la espalda contra la corteza dura y húmeda:
- No pienso responder a ninguna de tus preguntas. No es usted ningún Dios para imponerme nada. ¿Me entiendes, John Final?- añadió mientras me oprimía el cuerpo con sus manos.
- No, princesa. Y será mejor que vayas acostumbrándote a mis preguntas. Porque tengo varias cosas que decirte- le aparté la mano de mi cintura, y agarré la suya con fuerza.
Sophie se revolvió durante unos instantes y, al comprobar que no podía hacer absolutamente nada para librarse de mí, se golpeó contra el árbol como señal de indignación:
- John, me estás haciendo daño.
- No creo.
Después de esto, me acerqué un poco más hacia ella. Si lograba estar más próximo a Sophie, quizá lograra atemorizarla. Y así podría obligarla a contarme todo lo que sabía.
Sin embargo noté su cuerpo rozando el mío y un gran impulso pareció apoderarse de mi cuerpo durante ese momento. Su cabello rubio comenzó a acercarse a mi rostro y sentí la necesidad de colocárselo detrás de la oreja. Desconocía lo que me estaba ocurriendo pero sólo sabía que no podía detenerme tan fácilmente.
La observé fijamente y su belleza me deslumbró. Reparé en sus labios, esos labios carnosos que sólo me incitaban a hacer una cosa.
Y sin pensarlo ni un mísero momento, aparté sus cabellos de mi rostro. Se los coloqué detrás de la oreja y acerqué mis labios a los suyos mientras ella me miraba intensamente a los ojos. Una fuerza magnética parecía arrastrarme hacia ella y no pude resistir la tentación. Mis labios comenzaron a rozar los suyos y, tras aproximar aun más su cuerpo contra el mío, la besé apasionadamente.